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154 Mís heíntay _dnco años de Misión en_la Alta Etí0Lía mucha distancia de este punto se divisa, en hermoso valle, el t Hortus conclusus» a que alude el Cantar de los Cantares. H. Ocho días en jerusalén.--En el regreso a la Santa Ciudad de Jerusalén observé en el trayecto las ruínas de un antiguo sepulcro que la tradición señala ser el de Raquel; y a no mucha distancia el castillo de Betania con la casa y sepulcro de Lázaro. Para satisfacer mi devoción al Santo Sepulcro quise residir en la misma morada que los religiosos f1 m - ciscanos tienen dentro de la Basílica, que mejor que convento le convie– ne el nombre de gruta o escondrijo, pues no tiene claustro ni ve1.tilaciór. y casi ni luz siquiera; carece de puerta pro¡,ia de iugreso distinta de la Gran Basílica. Los religiosos, a fin de velar siempre j1mto al ~11- grado Sepulcro del Señor, se edificaron allí dentro unas mod,stas hal+ taciones, aprovechando los rincones y vanos de la Basílica, que les sir– ven de perpetua morada, cual lümparas siempre ardiendo 11nte el sagrado depósito. Viven allí una vida sumamente austera y penitente, acudiendo a todas las .Misas y funciones sagradas de la Basílica y a los maitines a media noche; guardan con todo rigor los ayuuos de la lglesia y de la Re– gla, y hasta la comida se la han de traer de fuera. Residían entonces unos treinta religiosos, y aunque no tienen obligación de permanecPr allí encerrados más de un año, a causa de la insalubridad de la estancia, conocí a uno de ellos que llevaba ya unos veinticuatro. Con ellos quise morar los ocho días de ejercicios espirituales, entregado a santas medi– taciones a vista del Santo sepulcro, y derramando en afectos mi corazón, como en otro tiempo la fiel amante de Cristo, la penitente Magdalena. Así pude observar de cerca los ritos y ceremonias de las funciones sa– gradas de los griegos y armenios, de que pudiera hacer aquí curiosa y agradable descripción, pero lo omito en gracia a la brevedad y porque sobre eso encontrarün mis lectores noticias sueltas en estas mis «.Memo– rias)) al hablar de los abisinios en parangón con los pueblos orientales, si es que no me resuelvo a escribir un folleto aparte sobre ese ctirioso asunto. 10. Regreso a Alejandría.- Por fin hube de dejar la Tierra S!inta, y en Jafa embarqué en dirección a Alejandría, donde a la sazén me es– peraba ya mi secretario el Padre Agustín de Alguero. Después de varias consultas acerca del camino que más seguro y recto me llevaría al país Galla, tracé mi plan, que fué seguir Nilo arriba, atravesar luego el Alto Egipto y por el Senaar entrar en la tierra Galla. Púselo en conoci– miento del cónsul francés, indicándole el deseo de hacer mi viaje de in– cógnito bajo el nombre de Bartorelli. Partí, pues, para el Cairo acompa– ñado de mi secretario, quien desde este punto debía encaminarse a Aden con cartas, instrucciones y privilegios para aquella .Misión. Yo, en cam– bio, partiría en dirección al país galla. Un inesperado contratiempo me detuvo unos días en el concertado viaje. Era el asunto de las islas Sey– chelles. Recordarán mis lectores como dispuse se personara en esas islas el Padre León a fin de enterarse dPI estado de sus moradores en punto a Religión, investigando a que jurisdicción pertenecían. Sin otro ulterior informe se me presentó ahora el Vicario General del Obispo de la isla .Mauricio en son de protesta por mi intrusión en aquellas islas encomen-
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