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Traducción de. M. R. P. Marcos de Escalada 1.51 ¿ 1 11 1 ut ·1 c,ls Is~ podh esperar de semejal:te stuJio? El orácte: y é utt,– rid1d de obispo dió por fin la última mano al cuadro, ofreciéndole la orn– si(;;1 de conocer a fondo la astucia y doblez del clero copto, y ... he ahí el homore, prototipo de la falsía, sentina de corrupción y engendro diabóli co dispuesto a pasc1r por todo c111tes que rendir su corazón a los embates de la verdad y a las inspiraciones de la Religión. 4. Visita a Jerusalén.--En Alejandría me separé de mi í1,timu amigo D. Amoldo, e1;caminándome a Tierra Santa. Tenía que esprnir la llegada del Padre Agustín de Alguero, y en el ínterin decidí, despues de saludar a Monseñor Delegado, recorrer los Santos Lugares de Pales– ti,w. y s1tisfacer mi devoción besando aquellas tierras santificadw, por el mismo Hijo de Dios en su vida mortal. Embarqué, pue,,. en dirección a Jaffa o Jop ', punto donde San Pedro recibió la visita de los e11vi,1do,, del Centurión Cornelio, de que nos habla el libro de los Hecho:– Apostólicos. Partí de aquí en dirección a la antigua capifal de Palesti1w, Ramle. muy céle'.xe e11 la época de las Cruzadas, y cuyas ruinas todavi,1 nos recuerdan algo dt~ su antigua grandeza. Al salir de ésta se ven de frente las históricas mcllltrn'ias de la Judea, viniendo espontáneo a la me– moria el verso del libro sagrado: «Ecce ascendimus Jerosolymarn»: y e11 efecto, al cabo de unas cuatro horas de camino entramos en la Santa Ciudad de Jerusalén. Posteriormente he visitado ya otras veces a Tierra Santa, que me llena de consuelo ver y tocar con mis manos aquella tierra bendecida por la presencia de nuestro dulcísimo Redentor. Pero si w1 santo fer\'CJr inunda el alma del devoto peregrino que con fe y espí;-itu cristiano visita aquellos Santos Lugares, otro tanto desconsuela y des– caece el ánimo el triste cuadro de ruinas y desolación que presentan aquellas regiones. El brazo justiciero del Omnipotente parece pe~ar sobre él por el hcrrible deicidio cometido; de otra manera no se explin1 que aquellos países, en sentir de lm: Sagrados Libros, tan ricos y exube– rantes en todo linaje de producciones, tan poblados y hermoseados por sus moradores, no sean ahora otra cosa que p1ílida figura de su viva descripción. ¡Qué contraste entre el estado floreciente que tuvieron es– tos países y la sombría desolación que se extiende como frío crespón de muerte sobre el yerto cadáver de aquellas tierras! Jerusalén no es otra cosa que un montón de ruinas: Palestina y Judea, escuálidos desierto~ sombreados aquí y allá por algún que otJo viejo tronco de añoso olivo. la tierra de promisión, que en gráfica expresión del Sagrado Libm, era fuente perenne de leche y miel, hoy no brota otra cosa que desprecio e ignominia, con el infame cartel del divino anatema que lleva clava– do en su frente. 5. Recuerdos memorables.-Siempre que entré en la ciudad de Jerusalén, forjábame sin querer la ilusión de representar el papel de quien emprende viaje para visitar a una familia amiga sumida en la m;is honda desgracia a causa de la pérdida de uno de sus seres queridos. El únimo se me reconcentraba en un santo respeto y misterioso recogimien– to. el pensamiento iba recordando paso por paso los misterios de la vi~. pasión y muerte del Hijo de Dios, humanado. y el corazón se sentía anega~ do en un abismo de melancólica tristeza, difícil de describir. Nada <f,,

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