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doP. Conocíasele :dlí con el honorifico títnlo de Ras Miguel. Tras largo discurso recordando todas nuestras perip~cias en aquellas tierras abisi– nias, venimos a recaer sobre el enojoso asunto de mi destierro, que yo deseaba vivamente orillar a fin de entregarme de lleno a la evangeliza– ción de aquellos pueblos. Un ruego, Sr. D'Abbadie, quiero haceros, le dije, cerrando aquella parrafada; conozco a fondo la sinceridad de vuestro corazón y espero no me negaréis lo que voy a pedir: ¿Queréis ser portador de una carta al obispo Salama? No pretendo con ello otra cosa que pedirle cesen ya sus persecuciones contra la Misión Católica. Vos sabéis muy bien cuanto él ha hecho para desacreditarnos y menguar nuestrn acción apostólica; no ha dejado piedra por mover hasta ccnseguir la total expulsión de los mi– sioneros católicos. Aquí le ruego tenga a bien no molestarnos más en adelante. He aquí poco más o menos lo que aquella carta decía: «El se– ñor D. Amoldo D'Abbadie, llamado en Abisinia Ras Miguel, va a habla– ros en mi nombre palabnis ce amigo, que desea vivamente vuestro bienestar. Espero las acogeréis co , benevolencia y creeréis en la since– ridad del que las escribe. M·1s si por ventura surgiera sobre esto alguna duda, vuestro amigo Ras Miguel, que me conoce a fondo, podrá informa– ros de mis nobles sentimientos hHcia vuestra persona. Me consta que estáis dotado de una no común instrucción y capacidad para comorender y apreciar en su justo valor la verdad del Catolicismo, y os pido qut> dejéis de perseguirlo, deponiendo las armas contra nosotros sus mi– nistros. ¡Cuán beneficioso os fuera a vo5 mismo y al pueblo que os está con– fiado, abracéi~ todos esta santa y divina Religión! Os aseguro que estoy dispuesto a entregarme por siervo vuestro, con tal que vos, tornando al recto camino, queráis servir de veras a Jesucristo b:ijo la bandera de la Iglesia Católica y de su supremo Jerarca, el Papa, sucesor de San Pedro». Añadí de palabra alguna advertencia sobre casos particulares, y en espe– cial acerca de las ordenaciones sagradas que confena, no sólo inválida– mente, sino con ritos y ceremonias ridículas y profanas, no guardando siquiera la forma de los herejes coptos, que aún es válida; y esperé fiado en la Providencia divina que todo lo dispone a bien de sus elegidos. 3. Contestación de Salama.-EI Sr. D. Arnoldo cumplió como cabellero su palabra interponiendo su mediación en mi favor. En 1853, en carta recioida en Gudrú, me decía en nombre de Salama: ,El (el obis– po hereje) está plenatTJente convencido de vuestras buenas disposiciones. Y me promete no molestaros más en lo venidero. Por manera que podéis con toda libertad establecer Misiones en toda la Abisinia. En cuanto c1 las ordenaciones, da también su excusa y razón de obrar, diciendo que los Hbisinios tienen más de mono que de hombre, y por consiguiente no conviene darles la verdadera Orden Sagrada)). El lector juzgará. Pero es cierto que esa sola respuesta da la nota saliente para convencerse de la estofa de hereje con quien tratamos. Esa palabra le retrata de cuerpo entero. Nacido y educado en un ambiente saturado de inmoralidad mu– sulmana, (que es como decir, el colmo de la inmoralidad), forjado des– pués en el caricaturesco molde del is es~uelc1s racionalistas protestantes,

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