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138 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía ---=------- A costa de muchos sudores, dispendios y trabajos había levantado una iglesia que le era sumamente necesaria. A punto ya de coronar la obra, vió con dolor que amenazaba ruína, agrietándose por varios puntos. Pero no era eso lo más sensible. Lo que le afligía hasta el extremo de no dejarle un momento de reposo era la pérdida de otro edificio espiritual de más ine':ítimable valor que el primero, puesto que se trataba de la pérdida de un alma. Su secretario de Cámara había apostatado; esfor– cérne por prodigarle □ lgún consuelo que mitigase la pena, pero todo era inútil. «Esta pena, decía Monseñor, llevará mis huesos al sepulcro". •t. Camino de Italia. --Despaché mis asuntos en Alejandría uno de los cuales, y no de poca monta, era la compra de una casa para la Mi– sión, que podía rendir al pie de mil francos anuales, y partí en direccióu a Italia. La epidemia del n:lera me impidió desembarcar en Malta, y por ese mismo motivo pasé de largo los puertos de Nápoles y Civitavequia. abordando en Marsella. De aquí me hice a la vela nuevamente en direc– ción a Liorna, donde por primera vez monté en tren hasta Florencia. Vi– sité de paso los monumentos y recuerdos de mi senífico Padre San Francisco en Asís, y en pocas horas me puse en Roma. 1v\i principal móvil al venir a Roma era exponer ante la Sagrada Con– gregación de Prop,1ganda el estado de la Misión de Abisinia, a mí con– füida interinamente, y ahora felizmente regida por Nlonseñor Dejacobis. Díle cuenta de todo cuanto en orden a esa Misión había realizado para desc,,rgo de mi concit•ncia, y a fin de implorar luces, facultades y alien– tos para continuar mi obra evangelizadora en el campo abisinio. Respecto al rito com1mme11te usado en ::H¡11ellas regiones en la;; cere– monias litúrgicas, de que prelados de la Curia me interrogaron, dí razón en conformidad con el jllicio de Monseñor De Jacobis; persona, por otra parte, de suma confianza y de no comunes facultades para intervenir en esos asuntos. Elogit: en verdad las bellas prendas de Monseñor De Ja– cobis, pero aun me quedé corto. No conocí yo entonces a fondo la gran– deza de ánimo de aquel varón extraordinario; que si tuviera ahora que hablar en tan oportun:1 coyuntura, a buen seguro no me concretara H tan mt~oquinas frases ... Aquel hombre providencial pasó por este mundo sin que ni aun los suyos apreciaran en su justo \·alor su profunda \"irtud y singulares dotes de gobierno que el Señor con larga mano depositó en su ánimo. La obra de Dios en la Abisinia quedó paralizada con la muerte de aquel varón extraordinario. ¡ ¡Dios sólo puede contar los inmensos e inestimables frutos que este celosísimo pastor y santo obispo cosechó merced a su incesante labor y continuos sudores en este campo erial de la Abisinia!! 5. Atenciones del Soberano Pontifice para conmigo. --Pedí audiencia. y el Romano Pontífice Pío IX tuvo palabras de cariño y de padre; me concedió de virn voz, y ((pro foro conscientia~>) todas las fa– cultades que podía darme; y aun me prometió extender un Breve ponti– ficio otorgánclonH:- facultad para (en caso de necesidad) consagrar obispn con el titulo de Obis¡,o de Marruecos)) al misionero que en conciencia juzgase yo más idóneo para ese cargo, y en virtud de esas extraordina– riJs facultades con~agré en el i;ño 185B al P. Felicísimo Coccino. Otro rasgo singular de benevolencia debo al Padre Santo, y es la
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