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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 137 que hacía acompafiado de sus neófitos. consolándolos y disponiéndolos a recibir los Santos Sacramentos. Igualmente acudían todos los jóvenes P las ceremonias littírgicas de las funciones sagradas. Hasta la caja de li– mosnas la encontré aumentada. Las autoridades municipales, viendo al ojo el inmenso bien que hacía el misionero, acordó ayudarle, concedién– dole con larga mano cum1to había menester. En beneficio de los soldados ingleses estableció la asociación de la «Templanza,), iniciada en Irlanda por el Capuchino Padre Mateo de Tonrnstown. En fin. la labor de este celoso misionero era digna de todo elogio. 2. Profesión del Sr. Sturla erz la Venerable Orden Tercera.· Eran precisamente los días de ~emana Santa, y celebré con solemnidad sus sagradas funciones, administrando solemnemente el bautismo y .la comunión ,1 varios catectímenos; y por fin recibí al señor Sturla a la pro" fesión de la regla de la V. O. T. de nuestro P. San Francisco. Desde .su ingreso en la Orden Tercera el celoso misionero llevó siempre el hábito capuchino, y en cuanto a la vida y costumbres era perfecto imitador del Seráfico Padre: en adelante le denominaremos Padre Sturla. A sus ins· tancias envié a las Islas Seichelles al Padre León con facultades para ad– ministrar sacramentos y el encargo de enterarse a fondo acerca del esta· do de sus moradores en punto a religión. Yo partí en dirección a Egipto en compañia del jove1i Jorge y el jesuiüi P. Spasiani, que expulsado dt 0 Italia por la revolución, volYía ahora de nuevo llamado por sus superio– res y hacía el Yiaje de incógnito. Le sufragué los gastos de viaje, pues Yenía sin un céntimo. 1. i\'au/ra!{io de un marirzo. En este trayecto ocurrió una sensi– ble ctesgnJcia, que n'e ernccionó hot,dan:ente, tanto rnüs cuanto el nüu– frago era íntimo i migo mío, a quien conocí en el mismo barco. Edtrnrdo era un jo\'en escocés. protestante de religión, pero senu\lo y de nobles sentimientos. De no mediar las difirnltades del viaje hubiérase hecho ca· tólico, pero los juicios de Dios son inescrutables. y de esperar es le haya acogido en su Sl'no. Levantóse en alta mar una furiosa tempestad que nos puso al borde del precipicio. Eduardo, en cumplimiento de su deber. ascendió sobre cubierta, comenzando a arriar 111 vela que, en deshecha borrasca, ponía en crítico vaiYén hi embarcación. Cuando más afanoso y descuidado estaba, un imretuoso sacudimiento del barco arrojó fuera al desgraciado marino. cayendo entre las ondas del turbulento mar, que lo envolvió e11 sus profundos abis1ros, sin que ni vivo ni muerto lo volvié– ramos ,1 ver. En vano clmn1ron todc 1 s sus compañeros. y se detuvo el barco. y Pchándose a las aguas lo buscaron en todas direcciones: todo fué intítil. El deswnturado Eduardo quedó engullido por las aguas. Lo sentí profundamente, no sólo por lo trágico de su muertt'. sino también por 110 lwberle catequizado a tiempo. Pero ... toca la sirena; estamos en Suez. Echo pie a tierra y me enderno a rnsa del cónsul francés, suce– sor del Sr. Costa; visité igualmente al Sr. Ennes, qt,ien renovó el favor, que hacía años me había hecho, trm1sporü111dome al Cairo. Aquí me hos– pedé en el convento de Franciscanos de Tierra Santa. marchando a los poco" dfos en dirección a Alejandría, donde me aguardaba impaciente Monseilor Delegado. Hallábase Monseñor summnente afligido a causa de sensibles desgracias que le acosaban. Era la primera, el\' orden mater,i,il.
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