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Mis t1einta cinco años de Misión enla Alta Etiopía sangre, se trastorna o enerva el organismo, quedando impotente para la natural propagación del linaje humano). De ahí también el bajo nivel a que se encuentra en punto a educación e ilustración. Corrompido el co– razón, la inteligencia se embota. y el hombre es incapaz de enderezar sus facultades intelectuales, quedando en lodazal de sus bajos instintos. Grande es el contraste que ofrece el Oriente de hoy con el de hace unos siglos. Entonces era cuna de poderoso imperio y íiemillero de popu– losas ciudades: florecían allí las ciencias v las artes en relación con el grado de moraÍidad que presidía a las nadones. Hoy, en cambio, no ve– mos más que áridos de"iertos. ignorancia y corrupción. y constante dis– minución de gentes. Examinando a fondo la causa de todo ello. es bien seguro no hallaremos otra que la perversión de las costumbres (y sobre 'todo, el espantoso vicio dc:shonesto). Quiérese ocultar esa constante disminución dei personal con la importación de esclavos del Africa Oriental y Cent, al. pero l"n vano; porque el mal ataca al corazón, y co– mienza por desenterrar las raíces del árbol. Otro daño inmenso acarrea a la raza musulmana esa incalificable perver~;ión de costumbres: el odio profundo a las demás religiones, y en especial al cristianismo. El Korán no sólo plérmite, sino que aconseja y aun manda la práctica de esas monstrnosas liviandades. consagrándolas {'ürno imprescindible acto de religión. ¿Con qué ojos ha de mirar el 111u"ul111ün al cristianismo que condena con mano funte y pena eterna la müs mínima prevaricación ,,n materia de lubricidad? ... De ahí el odio irreconciliable que profesan a la religión criíifüina. odio que les lleva hasta elegir la muerte antes que abrazar el Evangelio. Mucho empeño puse en la con– versión de los musulmanes. pero, a pesar de todo. tengo que confes¡¡r que en mi larga carrera de apostolado entre ello:;;, no logré convertir si– quiera una do~:ena al cristianismo. CAPÍTULO XVII DE MASSAWAH A EUROPA l. CcwtillO de Aden !/ estado de esa /'vfisión. -Embarqué por fín en la nave d\fauricio1; en dírección a Aden. acompaflado del P. León y del joven abisinio Jorge. quedando en Massa\',:ah mi familiar Fr. Pascual con el presbítero D. Gabríel. A los seb díi,s anclamos en el puerto. tvlí satisfacción fué grande al ver las saludables mejoras que aquel santo mi- 1,l0nero Sr. Sturla había introducido. En todos los barrios tenía estable– cida escuela bajo la dirección de jóvenes catequistas fervorosos y entu– siastas por la instrucción cristiana. Todos los días, mañana y tarde se reunían los catequistas con sus alumnos y otras personas mayores en un oratorio construído por el misionero, a rezar juntos el santo rosario y las oraciones cotidianas. y todos los viernes practícaban el devoto ejercicio del Vía-crucis. Era aquello una rememoranza de las primeras cristianda– des del cristianismo. Tenía horas señaladas para- ]a.visita a los enfermos,

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