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10 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopi_a_____ el pecho, se ve al clásico y famoso bastón que servía de apoyo al anciano y ya titubeante Cardenal. Su mirada suave y perspicaz dirígese, no al libro que tiene delante, sino a lejanas tierras, cuya historia va tejiendo. La estatua se yergue sobre un alto y gnteso pedestal de mármol policro– mado, decorado en sus costados con planchas de bronce simulando escu– dos, en las que el escultor grabó en relieve algunos episodios de la vida del Cardenal, y en el pavimento sobre la.tumba se lee el necrológico epitafio, obra del célebre epigrafista P. A11geli11i . (Para todo esto véase , Analecta O.M. C. )) T 5. º, 8.º, 9.º). Hízose la osten t ación pública del 111011u111ento en el mismo año de 189~, hallándose presentes ;:¡ J acto varios esclarecidos personajes así cívile~ como eclesiásticos, entre los que merecen citarse el Emmo. Sr. Cardenal Celesia ya nombrado, el administrador de la diócesis de Frascati, D. Isi– doro Carini, el Conde Antonelli y otros no menos ilustres, con un grupo de alumnos de la Propaganda. Descorrida la cortina del monumento, apareció la venerable estatua del eminente Purpurado, siendo aclamado y celebrado por todos los presentes con demostraciones de regocijo inu– sitado. El canónigo Sr. Carini tuvo la oración panegírica del Ca,denal, encomiando grandeme11te su prodigiosa v ida y maravillosas proezas , terminando tan solemne acto con la bendición que dió el Cardenal Mon– señor Celcsia. LAS HABITACIONES Y EL MUSEO DEL CARDENAL M.ASSAIA En el mismo convento de Frascati, consérvanse todavía con esmero y amor las habitaciones que sirvieron de morada en vida al inolvidable Cardenal Massa ia, y en ellas está hoy establecido el µequeño museo del mismo venerable purpurado. Consta éste de algunos objetos privativos de las regi ones del Africa y de otros raros en nuestros países, que el in– signe Vicario Apostólico de los Gallas, amante siempre de las cosas de arte e ilustración, recogió y aportó consigo, como recuerdo de su larga estancia en aquellas ti erras. Forman las habitaciones tri::s departamentos de pequeña capacidad y en comunicación unos con otros. Una de ellas le servía de capilla para decir Misa y hacer sus oraciones y ejercicios espirituales; está contigua a la i~lesia del conven to, con la que comunica medic1nte una celosí::i, por donde érale fácil ~¡] santo Cardenal oír las misa;; que en ésta se celebn:– ran. La del centro era su estancia habitual durante el día, donde se en– tregaba al estudio y a la composición de sus obras; pobrísimamente amuebladH, no conten ía más que un sillón con una mesita, y a su lado izqui erdo un pequeño y pobre diván para sus visitantes. Hoy se ven en ella los objetos del Museo, que lo componen algunas especies de molus– cos y piedras origi,rnrias de c1quel país, varios model os de armas indíge– nas, como escudos de pieles, dibujados y marcados con diversas incrus– taciones de figuras y adornos, lanzones, machetes, cimitarras, etc. etc.; también se ven algunos cuadros representando episo'.!ios de la vida apos– tólica en el trato con los indígenas, y sobre todo, lo que más llama la atención, son los dos grnndes colmillos de elefante, regalo de su íntimo amigo el emperador Menelick, con una dedicatoria en lengua abisinia,

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