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- 23- Respetemos este amor primero de la naturaleza, esta primera abertura del hombre hacia el "otro", que se funda en algo visceral y de sangre. Como lo II'espeta el Cristianismo, aunque el Cristianismo vaya más allá. Amor-eros.-El amor "erótico" es un amor que pregona la radical in– su;ficiencia del ¡~ropio "JJo" que busca en ol "1;tro" el complemento de su felicidad. La mitad y otra gran parte de la literatura de occidente ha cantado el amor erótico. Más aún: hasta para ma-; dl! un pensador -pienso, v. gr., en Oritega y Gassr:t- es beatería toda otra consid'""•ración cil'l amor que nu lleve incrustrado en su emraüa i.,l amor erótico. Los pensadores cristianos llamaron a este amor "cnncupiscenliu", id,e sig– nificación en sí inocente, poro que se trocó en peyorativa por la conexión tan fácil entre la concupiscencia y el desorden. Fué esta conexión histórioa del "ems" y el desorden lo que impidió c¡u,1 el mensaje religioso del Nuevo Testame,,to acPptara este vocablo. Ni por una sola vez se halla en las páginas bfülicas que nos transmitu1 el amor de Jesús. Flotaba este amor en aguas claras y !impidas, no en las turbias del amor erótico. El amor de Jesús tuvo otra inspiración. Lo vamos a ver en seg¡uida. Pero antes lamentemos el infortunio SIUe ha süio para nu,,stra vieja civilización de occidente el que casi no haya cnternlido de otro amor que del amor erótico. Amor-Jiliu.-Esta tercera clase de amor nos abre a lo mejor del "otro", a su intimidad, a sus valores espirituales. En el amigo ya no vemos un mero instrumento de que nos podemos servir, sino un corazón en el que podemos confüvdamente reposar. Cuántos ir,strumentos de servicio en los fangales del amor erótico. Por los de la amistad, si esta es auténtica, sólo se halla una plenitud de convivencia que gcza en la mutua perfección de los amigos. Tres requisitos seüaló Aristóteles para la amistad: igualdad entre los com- 1ionentes, n ciprocidad mutua, dl'Sl'C de eonvivencia. Por exagerar en de– masía el primero, negó clrásticmnt•nte, r~•1iutándolo un absurdo, la amistad entre el hombre y Dios. Pero lo que el gran filósofo juzgó absurdo fuCi dulce r<'alidad en la noche de· la Cena entre Jesús, que c·ra Dios, y rns rudos pescadores .de un lago de Galilea. En un precioso y solemne inst,:mte de aqueUa íntima charla de despedida, Jesús abre _su ccrazón para decir a los suyos: "Ya no os llamo siervos, porque{'] sic·n'o no :"alw lo que hace su señor; pero os digo amigos, Porqtw todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jna. 15, 15). Ya ves por las palabras de ,Jesús cuál es el refrc•ndo de la amistad: la abertura de los secretos del corazón. Jesús llama amigos a sus discípulos Jiorque les ha manifestado sus secretos más íntimos. El amor ele amistad es un "clcs-vclon:c" al "otro" en el más dulce de los coloquios. No es el "otro" una mera prolongación del propio yo, como en el a;mor-storge. No es el "nlrn" instrumento más o menos egoista del propio yo, como en el amor-eros. En la amistad el "otro" es un valor en sí. Tanto. se le estima flUe se descarga en él el propio corazón.
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