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-18- la caridad. Subió los dos pisos prohibidos, resuelto a no decir na<fo. a su mu– jer. Apenas -abrió la puerta de la casa de la enfe;rma, halló a ésta moribun– da en su lecho. A la cabecera estaba su propia .mujer que, llevada de igual caridad, había tampién subido, resuelta a no decir nada ... Sublimes engaños de los santos... Así enseñaban el camino de los pobres a su hijo, q,ue salió rnu;y pronto doctor en esta s".lbiduria práctica de la cahdad. Una anécdota de ::;u propia vida nos lo va a hacer ver. Nunca mejor para recordarla que estos días de Naividad en g_ue escribo. Era el afio 1853. En vísperas cfo las fiestas navideflas giraba 0zanam una de sus frecuentes visita a los pobres. En una de l'llas halló a una famdlk1 tan necesitada que padre, madre e hijos estalJan llorando. Tal e>ra su mise– ria que para comer habían tenido que desprenderse de su cómoda, estrenada en el dja de su matrimonio. Al Monte de Piedad tuvieron que llevarla para obtener cuatro dineros. Pero agotados los recurso::; cie este último préstamo, el hambre los atormentaba. 0zanam dispuso les llevaran alinwnto. Al mismo tiempo les entregó una limosna para cubrir ías necesidades más urgente~. Pero vuil'!to a casa, el re– cuerdo ide la famHia no le dejaba. Ahrió una vez más la caja. de los pobres... Vacta ... ¿Qué hacer? Contó a su mujer' lo que pasaba y cómo hallaba dis-– puesto a desem¡peñar la cómoda, como aguinaldo de Navidad a aquell0. po-· bre familia. Disuadióle su buena mujer. No h1llir. para tanto. 0zanam de momento se dio por vencido. Pero durante todo l'l día no lTa c8Jpaz de echar de sí la tristeza. Al regresar a casa después de haber hecho con su mujer las visitas de cos– tumbre, 0zanam halló a su hijita en medio cJe sus juguetes y muñecas. La niña, al ver a su papá, saltó de gozo y •·e colgó dt 1 su cuello pan:J. darle un beso. 0zanam respondió, tristemente preocupa:do, al bt~so de su niña. Esta•le ofreció entonces caramelos. Pero su papá no lo::; aceptó. Se le saltaban las lágrimas de los ojos. -¿Pero qué es lo que te pasa?, le pwguntó su mujer. -Nada, respondió el marido. ----,Nada ,y estás llorando, replicó ella. -Es que pienso, volvió a contestar él, que nueBtra hijita es muy dichosa. ¿Y los de esta mañana? ... .....,..ya te entiendo, cortó ella el diálogo con cierta dull:e brusquedad. Anda. Vete. Desem¡péñales la cómoda. Nosotros ya nos arreglaremos. Sin perder momento, corre 0zanam a la casa de préstamos. Paga allí por la cómoda de la familia pobre. Se la lleva inrrnediata,mente. Y regresa a la suya, dichoso y dispuesto a sonreir y a besar más tiernamente a su hijita. Este es el coraZán de quien hizo nacer las Confell'encias ,:w San Vicente de Paúl. ozanam fué por la vida distribuyendo el pan de la caridad como un INS– TBU~TO I,)E LA BONDAD DE DIOS.

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