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-17- alimentos. Por eso, hace más gracia cuando en una de sus intervenciones res– ponde con decisión al hijo sabio: "De ninguna otra cosa creo yo alimenba el alma sino de la verdad". Efectivamente; mientras el hombre sea algo más que un pedazo de tie– rra, sentirá ineiudible necesidad, no sólo del 1)an de cada día para su cuerpo, sino del pan de la verdad para su alma. Reconozcamos, sin embargo, la media verdad dd comunismo que comen– ta N. Berdiaeff. Declaremos la ruda y elemental verdad de que necesario que todos los hombres tengan pan, que bodos maten l'l hambre... Y con todo, ompavoreccn las revistas serias, los lihros lle los sociólogos cuando dan esta– dísticas sobre la situación tlel mundo. Si Dios hizo la tierra para alimentar a sus hijos, ¿cómo es que tantos IJiden pan y hay que responder con el profeta biblieo: "No hay quien se lo reparta"? Cierto que en nuestro derrc'<1or la rwcL•sidad no tan extrema. Pero si <:sto es verdad, no es de cristianos cerrar los ojos a necesidades que son de– masiado evidentes. A la vera nuestra se padecen en más de una ocasión crue– les escaseces. Hace un año visitaba por esta fecha en que escri)Jo nm·stro Hospital pro– vincial. No olvidaré el diálogo entre una madre pobre y el médico que ter– minaba de reconocer a su IJiño, de medio año, raquítico y en apariencia en– fermo: "Mire, usted, señor•'.:l, le dice ul médico, el niño no tiene nada. Tan sólo que no está alimentado. Y mire usted. Una persona que no come acaba por morirse". A razomimic,nto tan evidente la ,nadre conte,:,ta: "Y si yo no tengo qué comer, ¿cómo podré dar el pecho ,3, mi niño? ... " Una más, con ternura de madre, -como la tuya y la mia, lector, que no puede lactar a su inocente criatura porque ella misma no tiene lo necesario vara comer. ¿No te con– mueve este diálogo a un kilómetro, tal ,ez m~'nos, de tu casa? Las aJmas buenas han respondiclo siempre con generosid".:id. No han rega– teado el don. Te voy a referir un ejemplo de esos que a diario practican las almas cristianas. Es un episodio encantador, tomado de la vida de los pa1dJres de Federico Ozanam. Hacia el final dr: su vida la señora de Ozanam tenía muchas molestias al subir las e¡,'Caleras en sus visitas a los pobres. Esto motivaba preocupación en su marido, médico profesional, pues los pobres de: Lyon moraban casi siempre en el sexto o séptimo piso. Usando de su autoridad de marido, le pidió pro– mesa de no subir más del cuarto. Ella quiso compensarse, ¡mus preocupada igualmente por la salud del marido, le exigió la -misma promesa en cuanto a las visitas que hacia nor carid,3,d a sus enfermos pobres. El anciano ml'<iieo aceptó y ratificaron el mutuo acuerdo. El marido fué fiel durante bastante tiempo. Pero un clia, visitando a uno de sus clientes, le informaron que allá arriba en el sexto piso se anoria una pobre mU1jer sin asistencia algun3, facultativa. Durante unos minutos el buen 1nédico luchaba en su interior entre la caridad y la promesa. Al fin triunfó
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