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dr 1 santo Evangelio y manifiestan el espfritu de nuestra Regla, indican claramente cuál ha de i:'er e] alma que debe informar y dar vida sobrenatural y personalidad franciscana a nuestras casas. Por esto esmérense los religiosos en evitar todo aque 110 que pudiera destruir esta nnión, especialmente el vicio de la detracción, vicio que, por encargo especial ch 1 Seráfico Padre, hemos de combatir los Superiores. Según refiere Celano, hablando nuestro Padre sobre d gobierno de la Orden con Pedro Catáneo, su Vica– rio, y sobre las causas destructoras de la caridad y unión fraterna, le hace esta recomendación: "quiero que con especial cuidado vigiles, tú y tus ministros, para que no se difunda entre los religiosos el pe Rtí– fero mal de la detracción". (Celano, II, n. 182.) Y en otra ocasión, previniendo también a Pedro Catá– ueo, 1e dijo estas tremendas palabras: "amenazan a la religión grandes males, si no se ataja a los mur– muradores. Pronto la suavísima fragancia de los mu– chos se trocará en fetidez, si no se cierran las bocas de los murmuradores". (Celano, II, n. 182.) 4.-Hemos podido apreciar que en varias casas, por circunstancias externas al religioso, tiene éste gran peligro de ser envuelto y arrastrado por el es– píritu mundano y materialista, si el móvil en sus obras no es puramente sobrenatural. De ahí la :ne– cesidad de obrar con miras espirituales y de estar prevenidos siempre con el arma segura de la ora– ción; ya que, según frase del Seráfico Doctor San Buenaventura, en toda religión en que se entibiare el fervor ele la oración, también empezará a faltar la fábrica de las otras virtudes y se aproxima la 7
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