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Angelología: Concede gran importancia a los ángeles como ministros de Dios en su relación con los hombres. Marca el camino a una angelología que caracterizará las literaturas rabínica y cristiana primitiva. Escatología: Aporta un elemento nuevo a la revelación veterotestamentaria: es el primer testimonio de una fe explícita en la resurrección de los muer– tos. Teología de la historia: Es el gran tema del libro. Desde la fe, ofrece una visión crítica esperanzada de todo el acontecer histórico. Dios es el Señor de la historia. Era esta una verdad tradicional en Israel. Los profetas la habían proclamado insistentemente (Is 7,18ss; 10.5-15; Am l.2ss; Ez 25-32). pero lo afirmaban sólo respecto al opresor contemporáneo (Asiria, Babilonia...). La peculiaridad de Daniel reside en que de un golpe de vista domina cuatro siglos de historia (s. IV a s. II), extrayendo una con– clusión que supera todas las limitaciones cronológicas (Dn 2) y en la que demuestra la caducidad del mundo que pasa, mientras que el pro– yecto de Dios subsiste por siempre. Además, respecto de la predicación profética, subraya otro aspecto: no toda desgracia histórica procede necesariamente de un pecado his– tórico. Puede tener un lugar misterioso, pero real, en el plan de Dios. Su teología de la historia es una teología de la esperanza. Mesianismo: En su concepción de la salvación futura. el enviado divino encargado de llevar a cabo la restauración final no es ya el "hijo de David", sino "hijo de hombre'', venido sobre las nubes. No faltan exegetas que co– nectan esta figura con Ez 1. Se trataría de un mesianismo transcen– dente, liberado de limitaciones "nacionalistas''; un preludio del me– sianismo neotestamentario. 5. INFLUJO EN EL N. T. Y ACTUALIDAD DEL LIBRO DE DANIEL El libro de Daniel ha dejado su huella en el pensamiento de los escritores neotes– tamentarios. La angelología, el tema de la resurrección y, sobre todo, el del ''Hijo del hombre", merecen un subrayado particular. Daniel conoce a los ángeles encargados de cada pueblo, y les atribuye nombres concretos: Miguel y Gabriel (véase Le l y Ap 12.7). La afirmación de la resurrec– ción y de la retribución (Dn 12,2) se encuentra recogida en Mt 25,46; Jn 5,29; l l,24; Hch 24,15. Es, no obstante, el tema del "Hijo del hombre" el más inequívoco signo de su presencia en el Nuevo Testamento. El texto de Dn 7, l 3ss se halla presente en la clausura del discurso escatológico (Mt 24,30 y paralelos sinópticos). Mt 26,64 y Me 14,62 fusionan el texto con el del salmo 11 O, 1 en la solemne declaración de Je– sús ante el Sanedrín. 45

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