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león. un oso, un leopardo y una bestia horrible-. Consternado aún por el espectácu– lo, ve que en el cielo tiene lugar algo maravilloso: la instauración de un tribunal de justicia presidido por un anciano, pronto a juzgar los reinos de la tierra. Se abren los libros y se realiza el juicio. Terminado éste, aparece en las nubes una figura hu– mana -hijo de hombre- a la que se confía el poder y dominio sobre todos los pue– blos. Agitado, Daniel requiere la interpretación, que le es dada por un servidor del trono: estas cuatro bestias gigantescas son otros tantos reyes que dominarán el mundo; pero después recibirán el reino los fieles del Altísimo y lo poseerán por toda la eternidad (Dn 7, 17-18 ). Particular atención recaba la interpretación de la cuarta fiera (véase l Mac 1,41- 63). Elementos de la narración El capítulo se estructura en dos momentos: visión e interpretación. El autor con– tinúa el tema iniciado en Dn 2. El cuadro de la visión de las fieras ha de confrontar– se con la estatua de Nabucodonosor: león-> cabeza de oro (imperio babilónico) oso -> pecho y brazos de plata (imperio medo-persa) - leopardo-> vientre y muslos de bronce (Alejandro Magno) bestia horrible-> pies de barro y arcilla (sucesores de Alejandro Magno hasta Antíoco IV) Elementos redacionales destacan las diferencias entre el origen de los imperios (caos tempestuoso) y el del Reino de Dios (el cielo). El recurso a las fieras para designar realidades políticas es común en la literatura bíblica. Ezequiel describe a Egipto en la figura de cocodrilo (Ez 32,2) y de águila (Ez 17,3); Jeremías presenta a Babilonia como un voraz dragón (Jr 51,34); el salterio recurre también al procedi– miento de presentar a enemigos y perseguidores bajo la forma de fieras (Sal 91,13; 80). Y en el mismo salterio se inspira posiblemente la confrontación fieras-hijo de hombre (Sal 8). - Mensaje: No sólo se afirma el señorío de Dios sobre la historia, sino que se promete la inmediata instauración del reino de los santos; que no será un imperio más en la serie, sino la instauración de un mundo nuevo (la oposición bestias-hijo de hombre así lo sugiere) en el que la consagración a Dios garantiza el auténtico humanismo. Importante es resaltar el carácter colectivo de la figura humana aparecida en las nubes, es la colectividad teocrática. Esto no impide una ulterior relectura de esa figura en clave mesiánico-indivi– dual. De hecho sabemos que Jesús utilizó el título de Hijo de hombre en su predica– ción y aludió a su aparición solemne en las nubes del cielo (Mt 24,30; 26,64). 36
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