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¿QUÉ QUIERES, SEÑOR, QUE HAGA? Todos hemos soñado, por lo menos una vez en la vida,con ser mejores. Y al decir mejores no me refiero solamente a esa face– ta espiritual con que se relaciona lo bueno, sino a ese ideal de hom– bre que constituye la realización de nuestras aspiraciones más hondas. Todos hemos soñado con ser lo que queremos ser, pero las circunstancias en las que nosotros solemos encerrar la realidad nos han ahogado ese sueño impidiendo que lo pusiéramos en prác– tica. ¿Por qué no, por una vez, prestar atención a este sueño que nos barrena interiormente y nos llama a poner lo mejor de no– sotros mismos en esa tarea de búsqueda de unos valores que ha– gan posible esa quimera de hombre que perseguimos? Los hombres, fundamentalmente, somos fruto de una lla– mada, de una vocación. Desde que en el horizonte de la historia surgió la primera pareja a la voz amorosa de Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", la vida humana sigue brotando allí donde se la llama como una respuesta existencial. Pero esta vocación de vivir no se agota con sólo nacer. Estamos llamados a crecer y madurar nuestro proyecto de hom– bres, y esto requiere, en principio, ser conscientes de que hemos si– do y seguimos siendo llamados. 3
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