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En el ambiente flotaba este deseo de radicalismo evangé– lico, pero su puesta en práctica asustaba a la mayoría porque supo– nía enfrentarse de una manera seria con uno mismo y con la socie– dad; y esto no lo podían aguantar todos. Al mismo tiempo, la Iglesia había puesto el ideal de la vida religiosa como el modelo de ;;eguimiento de Cristo, por lo que la mayoría de los cristianos esta– ban imposibilitados de conseguirlo. Francisco, sin embargo, al encontrar ese horizonte de va– lores donde referirse y desde el cual poder vivir su propia vida, no estaba apostando por lo más difícil como sinónimo de lo mejor para él. Un proyecto de vida no puede amasarse con sacrificios. Si los valores por los que se apuesta no resultan gratificantes y plenifica– dores, dadores de sentido y madurez personal, es que no hemos acertado en la elección: El Evangelio no exige víctimas sino hom– bres dispuestos a realizarse siguiendo a Jesús, aunque ello com– porte sacrificio. La imagen que, en algunas ocasiones, se nos da de Francisco es la de un héroe que sacrifica su vida por obtener, allá arriba, no sé qué tipo de recompensa. Pero esa no es la realidad. Cuando Francisco decide organizar la vida alrededor de los valores evangélicos es que ha encontrado un modo de realización personal gratificante. Eso, al menos, indica la madurez humana que alcanzó en un contexto de alegría y satisfacción íntima. La aventura vocacional de Francisco no termina al haber encontrado, en solitario, la forma de vida a la que aspiraba. En su Testamento recuerda que "después que el Señor le dio herma– nos, nadie le mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo le inspiró que viviera según la forma del santo Evangelio". La vocación evangélica es, fundamentalmente, comunita– ria. Se trata de compartir un mismo proyecto de vida; por eso no está acabada hasta que se logra vivirla en comunidad. Es en ella donde Francisco pudo desplegar su potencialidad y originalidad, convirtiéndose en el hombre que ahora conocemos y que nos acom– paña, o puede acompañarnos, en el camino de realización evangéli– ca que hemos soñado para nosotros. 14
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