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3. NO TODO ES IGUAL El haber renunciado públicamente al calor familiar para hacer su propio camino le liberaba, en cierto modo, de los condicio– namientos sociales, pero no le garantizaba ninguna estabilidad ni el disponer de un marco de valores donde referirse a la hora de programar su vida. Indudablemente era más libre, pero, ¿para qué?, ¿para quién? Había ido emigrando de experiencia en expe– riencia sin encontrar qué era propiamente lo suyo. En este trasiego indeciso de situaciones, los biógrafos lo hacen pasar por la experiencia de un monasterio, si bien con poco éxito, y por la ermitaño. Durante este tiempo va sopesando los dis– tintos valores que ha descubierto, jerarquizándolos en vistas a un posible modo de vida. Es verdad que, tanto la vida monástica como la eremítica, tenían ya un puesto en la Iglesia oficial, lo cual ase– guraba la vivencia del Evangelio. Pero no era eso lo que buscaba él. Estaban demasiado distantes del pueblo, sobre todo de los pobres y de sus problemas. Simplemente por "hacer el bien" no valía la pena haberlo dejado todo; desde el trabajo y la familia lo hubiera podido hacer igual o, tal vez, mejor. Sin embargo, no era de eso de lo que se trataba, sino de encontrar una forma de vida que le llenara y le fuera gratifican– te. Hacía ya tiempo que la estaba buscando y los ecos de la fuente le hacían despertar su sed de Absoluto. 12

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