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470 ALEJANDRO DE VILLALMONTE, O. F. M. CAP. En su primer origen y utilización, previa al cristianismo, la palabra teología (theo-logía) delata la presencia absorbente de lo carismático, si vale la expresión para entonces: Theo-logía es, ante todo, un himno entu– siasta, cultural o poético a la divinidad, bajo el impulso de la misma divi– nidad. El cristianismo añadió algo más carga racional al hablar de la cien– cia de la fe como "gnosis" y como "sapientia". El estatuto de ciencia "episteme" en sentido aristotélico técnico sólo lo adquiere en el siglo XIII por obra, especialmente, de santo Tomás. San Buenaventura sigue la idea agustiniana de teología-sapientia. J. Duns Escoto tiene sus reservas en llamar "scientia" a la teología. Más bien sería sabiduría práctica ordenada a la praxis, al recto amor de caridad. Los teólogos orientales siguen manteniendo hasta nuestros días la di– mensión carismática de la teología corno algo sustancial y primario. El occi– dente cultivó también durante siglos una teología muy acentuadamente carismática. Nos referimos a la "teología monástica", prevalente en el siglo XII y primeros decenios del XIII. La influencia de esta forma de hacer teología en San Buenaventura fue destacada. Desde finales de la edad media la teología de las aulas se hace rígidamente especulativa, ra– cional, lógica. Los elementos carismáticos son relegados al nuevo modo de acceder a la inteligencia de lo revelado que cultivan los místicos, los auto– res "espirituales". En tiempos más recientes se ha pretendido cultivar con mayor aten– ción la dimensión carismática inherente a la función de teologizar. Basta– ría recordar el movimiento a favor de una teología kerigmática, "fruto, en verdad, de un don carismático del Espíritu" según H. Rahner. La teología protestante moderna oscila entre la tendencia liberal y la dialéctica al determinar el estatuto de la teología dentro de la universali- dad de los humanos saberes. En K. Barth es muy predominante el aspecto carismático de la reflexión del creyente sobre la Palabra de Dios. Solo bajo el impulso del Espíritu de Dios puede el hombre hablar rectamente sobre Dios. Cuando no habla bajo el impulso del Espíritu el hombre solo lograría hablar de sí mismo, según opina R. Bultmann. Desde el concilio Vaticano II estamos asistiendo a una intensa y, en casos, preocupante reavivación de lo carismático en la Iglesia. Será nece– sario y saludable volver a reflexionar sobre el tema de la presencia e in-
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