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476 ALEJANDRO DE VILLAL.MONTE, O. F • .M. CAP. tiempos apostólicos. O tal vez con la idea del retorno al paraíso, que era uno de los ideales de la piedad monacal, de los varones espirituales, desde los primeros tiempos del monaquismo. Finalmente, cualquier impacto del íoaquinismo que se pueda detectar en Buenaventura habría que interpretarlo a la luz de su decidido y mantenido Cristocentrismo y de su acatamiento incondicional a la santa Iglesia jerárquica. De todas formas el problema aquí planteado habría que resolverse desde perspectiva más amplia: Desde el estudio de la Pneumatología bonaventuriana en todos sus presupuestos, enunciados y consecuencias. G. Carisma y teología un tema para nuestros días. La reflexión teoló– gica de estos años está muy preocupada por determinar la naturaleza y virtualidad de lo carismático en la Iglesia. No menos preocupa la ciencia teológica por determinar su propia identidad. Por una parte hay indicios claros y numerosos de una reanimación de lo carismático en nuestra hodierna teología. Bastaría recordar la importancia que la dimensión carismática de la vida de la Iglesia ha logrado en el concilio Vaticano II. Al fondo del problema está la nueva reflexión sobre la importancia de la acción del Espíritu Santo en la economía de salvación. Parece que abre camino un consensus generalizado sobre la deficiencia de la teología occidental, latina, en este aspecto. En contraste visible con la floreciente Pneumatología de la teología oriental. En la vida concreta de la Iglesia posconciliar proliferan los movimientos pentecostales, carismá– ticos, proféticos. Como era de esperar estos movimientos subrayan la importancia de vida, de la experiencia, de la praxis, de los impulsos emoti– vos, afectivos como medio de acceso directo y de vivencia de la Verdad revelada. No se trataría tanto de pensarla y reflexionar sobre ella como de realizarla. También salta a la vista la prevención de tales movimientos hacia la teología sabia, razonadora, cargada de categorías abstractas, raciocinios y síntesis universales. Ahora bien, esta situación hace más necesaria que en años pasados una cuidadosa reflexión para determinar la auténtica y eficaz función de la teología científica en la Iglesia y su relación con lo carismático; a fin de no ahogarlo, sino de encauzarlo y darle la indispen– sable compostura que la razón lógica exige. Por otra parte, la hodierna teología es muy proclive a ejercer una acerada crítica sobre los fundamentos primeros de nuestra fe. Hay el peligro serio de dejarse llevar por los métodos propios de las ciencias empíricas, críticas, por los exacerbados y duros análisis del lenguaje aplicados a las

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