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848 LA DIVINA PASTORA Y EL BTO. DIEGO J. DE C. Esta hermosa vida es un trono que preparó el padre Llevaneras para encumbrar ante el mundo la gran figura de su hermano, el apóstol de la Divina Pastora, en cuya beatificación debería distribuirse. * * * Sonó, al fin, la hora ansiada en que anunció .el Romano Pontífice la glorificación de fray Diego. Desde que' el Papa fué despojado de sus Estados no se celebraban las beatific aciones en la basílica de san Pedro , síno en el interior del Va– ticano ..Pero en esta ocasión León XIII rompió la costumbre en honor de los dos apóstoles beatificados, Juan de Avila y Diego José de ~ádiz , y para que la peregrinación nacional obrera, que salió de España Jiara asis– tir a las solemnes funciones, pudiera presenciarlas. Eran más de catorce mil obreros, presididos por muchos prelados españoles los que ihunda :-on de aleg,ría las calles y plazas de Roma. En la mañana del 22 de abril de 1894 la basílica de san Pedro presen– té!ba un golpe de vístél sorprendente. Lucía sus mejores tapices y los ri:os adornos de las grandes solem;1idades : Iluminaban el templo cd1tenares de arañas . formando capr:chosas elipsis con el dibujo del escudo y nom– bre de León XIII. En el muro central., entronizada en la gloria, de Bernini, aparec[a la hierática figura de fray Diego de Cádiz llevada por los ánge- les a la celestial Sión. · Eran las diez de aquella feliz mañana cuando el patriarca de Cons– tantinopla, rodeado del clero vaticano, se dirigía al presbiterio pára c~le- brar la misa de beatificación. · En lugar preferente se hallaban muchos cardenales, los prelados ve– nidos de España, otros arzob ispos y obispos de varias naciones, el cuer– po diplomático acreditado ante la Santa Sede, comisiones· de los cabildos y corporaciones eclesiásticas y civiles de Málaga, Sevilla y Cádiz, la cu– ria general de los capuchinos con los provinciales españoles y, llenando li;1 inmensa basilica, una muchedumbre de más de cuarenta mil personas, extáticas, con el corazón en los labios y el alma en los ojos (1). Al apare– cer en la tribuna monseñor Silvestri, un silencio sepulcral invadió las na– ves del espacioso templo. Iba a leer el breve del Vicario de Jesucristo declarando Bienave.7tu– rado al glorioso fray Diego José de Cádiz. El Pontífice canta en él sus raras y egregias virtudes, le preconiza, con el pueblo, Hombre envmdo por Dios, apóstol de España en el siglo ·xVJII, segundo san Pablo, y . para encomiar su gran devoción a María Santísima, se pregunta: ¿Qué diremos del afecto de aquel heroico apóstol a la Virgen Madre de ·Dios, a quien, sobre todo, bajo el título de Señora de la Paz y Madre del Pas– tor Divino honró con particular'cariño? La fórmula interrogativa del Papa, que dejó incontestada, abrE un horizonte sin límites y nos sumerge en el piélago insondable y misterioso del amor de fray Diego a su Reina, Madre y Pastora. . Pero, un año después, se encargó Sevilla de contestarle en nuestra l. P. Llevaneras, VIDA DOCIJMENTADA c., p. 368,
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