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832 LA DIVINA PASTORA Y BL BTO. DIBGO J. DB C, . los religiosos. Cuando habla de las fiestas, que con amor y solemnidad deben celebrarse en nuestros conventos, ocupa lugar preferente la de la Divina Pastora y de ella dice: «La devoción a la Madre del Buen Pastor es una de las priocipales glorias de los capüchinos de España y América, y a Ella se deben las ben– qiciones que el Señor ha derramado siempre sobre nuestras misiones y misioneros. Toda la comunidad se prepara a esta fiesta con la novena , que se hará durante la mi sa conventual, y el día de la solell)nidad se cele– bra con toda la pompa permi1ida en nuestras iglesias en las más grandes solemnidades del año. En todo tiempo el altar de. la Divina Pastora (que en ninguna manera debe faltar en nuestras iglesias) será objeto de celo fiiial y constante de los superiores y sacristanes, para que sin menoscabo de la simplicidad de nuestros templos, sea de lo más devoto, piadoso y adornado posible como es ya costumbre de nuestros padres desde el pa– sad.o siglo > (1). Ordena también que dicho altar se emplace en la capilla más amplia de la iglesia (2) y que ante él se congreguen los religio_sos en los días d~ los ejercicios espirituales, para hacer, después de la del Santí– simo, la visita a la Virgen María (3). En pocas palabras y de un plumazo nos manifiesta su ideal y su amor, consiguiendo , med :ante este canon, para todas las iglesias capu– chinas de España y de sus misiones lo que fray Diego ansiaba y logró en Andalucía con aquel célebre decreto de provincia, que mandaba poner la imagen de la Divina Pastora en todas nuestras iglesias. El espíritu misionero unido a la devoción de la Divina Pastora, que sentía el padre Calasanz bullir en su alma, nunca se marchitó en Roma, sino que reverdecía con nuevos ímpetus, nostálgico siempre de su ansia– da misión a la que no podía marchar por falta de salud. En sus conversa– ciones y cartas trascendía su celo apostólico, revelándose siempre un auténtico misionero capuchino , discípulo de los grandes apóstóles del convento de Guatemala. En su ~pistolario se siente el fuego que ardía en su alma y de ello son testimonio los párrafos siguientes de dos cartas suyas: La primera, de 1890, va dirigida al padre Melchor de Tivisa, custodio de la misión del Ecuador y Colombia, donde le dice: <El grande consuelo, que _tenía y tengo por el bien que va a hacer a las almas con los nuevos apóstoles, me alegra siempre. Amemos infinita– mente, si es lícito hablar así, a la Reina de los apóstoles y a las ovejitas de tan sublime Pastora. feliz el que muere en tan sublime empresa; los bosques son un cielo para el apóstol, los negros y las chozas son un be– llísimo encanto. Dichosos los padres', coristas y legos que serán allá en– viado:s. El mundo, la carne y el utilitariBmo no comprenden este lenguaje; pero el sayal de san Francisco sabe producir este celestial fuego de ar– dentísimo amor para las almas abandonadas. ¡Animo, y felicite en mi nom– bre a los nuevos rnisione:-os; dígales mi santa envidia ... !> (4) . . Años después, en 1899, decía al sucesor: «El celo ardiente de las al..: mas que anima a vuestra caridad le ha de consolar mucho, pues animam sa!vasti, tuam servasti, y vuestra caridad ha de salvar no una, sino mu- l. O. c.. pp. 75 y s. - 2. lb, p. 104. - 3. lb , p. 87. - 4. P. A. de Barcelona, o. c., pp. 151 y s.
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