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BL P. JOSÉ C. DB LLBVANBRAS 815 fué ad~más testigo de la proclamación de su patronato sobre los capuchi• nos de Centro-América y participó del júbilo de aquellos religiosos al celebrar por primera vez (1871) la fiesta .de su Patrona, fiesta que debió ce– lebrarse en la intimidad, porque las logias imperaban ya en el gobierno y en la calle. «La calma que gozábamos, escribe fray José, no debía durar mucho tiempo. Los masones, luego de escaiar el poder, resolvieron expulsarnos. Era el. mes de marzo de 1872. A las 4 de la tarde los soldados rodearon el convento ... y se preparaban ya para llevarse los ornamentos de;}a iglesia y nuestro pobre moviliario. Pero no habían contado con el pueblo. Exten• dida apenas la noticié! por la ciudad, se oyeron por totjas partb gritos pidiendo auxilió; la gente acudía y por todos los caminos lle.gaban los indios, decididos a defender a sus Padres. El gobierno que no había man– dado más que tres o cuatro mil hombres armados, temi6una revolución~ Mandó retirar la tropa y envió un magistrado ... para leer a los religiosos el decreto de expulsión y llevárselos calladamente» (1). ·· Por la ¡ictitud en que vió al pueblo dispuesto a la defensa de los ca– puchinos, se marchó sin leer el decreto. Mas el gobierno, enfurecido por el fracaso, fraguó otro plan sigilosamente. «La noche del 7 de junio, quinientos hombres armados rodearon otra' vez el convento: tres cañones les protegían contra el pueblo. El momento fué escogido a maravilla: eran las nueve de la noche cuando la mayoría. de la población dormía. Bien sabía el gobierno que el pueblo no dejaría encarcelar a sus saalos Padres sin defenderlos encarnecidamente, Entre dos filas de bayonetas nos condujeron al palacio del gobern 9 dor, don;~e pasamos la noche, vigilado siempre, en una sala desmantelada; sin lech~s y sin una manta para cubrirnos. ., «Al día siguiente ... , a las 9, nos pusimos en marcha, siempre entre las bayonetas. Pué aquella una escena imposible de describir: los hom– bres, las mujeres, todos se echaban sobre nosotros y se ponían de ro.di – llas implorando a gritos nuestra última bendición. Nadie se atrevía a de– fendernos, porque el jefe de la tropa había anunciado ,que, al más mínimo movimiento de revuelta, los primeros tiros serían para los frailes y los otros para el pueblo. Sin embargo, un hombre no pudo contener su indig– nación y disparó su pistola sobre el oficial sin tocarle. Este le atravesó de parte a parte con su espada y los soldados, a su orden, dispararon sin piedad contra la muchedumbre. Hubo entonces muchos muertos y muchí- simos heridos. Nosotros, ¡ay! no fuimos dignos del martirio» (2). · Así describe frny José la trágica odisea de su expulsión. Entonces fué cuando el padre Esteban, viendo que el temor y la zozobra invadían el ánimo de lo.s jóvenes, les dijo: «¡Valor y confianza! ¡Hasta ahora la Santísima Virgen, celestial Pastora de nuestras almas, FJOs ha librado de todos los peligros» (3). Nunca olvidará ~sta lección el futuro cardenal Vives, sino que la guardó en su corazón como lo hacía la Virgen con las enseñanzas de Jesús, Ya sabemos el fin de esta dispersión; fray José fué uno de los qu~ se refugiaron en los padres jesuítas de San Francisco de California hasta 1. Artículo para ANNALES fRANCISCANAINES, de París. Tráelo P. Antonio M.3 de Barcel1f na, fa CARDENAL Vrves, p. 49, de donde tomamos muchas noticias de esta biografí1c1. - 2. lb.. p. 50. - 3. Cuaderno n¡,
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