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796 LA DIVINA PASTÓRA Y EL BTO. DIBÓO j. DE <5. la que, como hito final, dió la bendición con el estandarte de la Divina Pastora (1 ). Necesitaba el apóstol un descanso de alma y de cuerpo, pero Dios le llamaba para intervenir en dos ~casos prodigiosos. Pidieron los vecinos de Chimaltenango, por tres veces, que fuera al pue– blo invadido de la peste, pues creían todos morir ante la virulencia del mal. El 7 de agosto salía el venuable con su bandera desplegada para socorrer a los apestados. Al pasar por la villa de Tejar, se le unió parte del pueblo, siguiéndole por el camino, a pesar de que llovía torrencialmente. Cuando los hijos de Chimaltenango divisaron el estandarte sobre las cabezas de la muchedumbre, entre vivas, lloros y cánticos, se acercaron a la Divina Pastora cobijándose bajo su poderoso patrocinio. Llegados al pueblo, que estaba consternado, lo bendijo el venerable con la sagrada insignia y, subiendo al púlpito, muy emocionado dijo:-Si mañana ayunáis rigurosamente todos los habitantes de la villa y asistís a una procesión de penitencia, se verán libres del cólera morbo, verdadero castigo de Dios. - iAsí 111 haremos!-, gritaron todos, llenos de ·esperan– za. Caso singular: desde aquel día .no murió nadie má.s de la peste; . El mismo hecho extraordinario se verificó, cuatro días después, en el vecino pueblo de Comalapa, donde la fe de sus habitantes y la presencia de la Divina Pastora por las calles fueron la medicina sobrenatural, que ex– tirpó súbitamente la mortandad y el contagio (2). ·Guatemala, hacia la mitad de 1858, sentíase en estado revo l ucionario: los enemigos del gobierno, ansiosos del poder, querían derrocarlo, y corrie– ron la voz de que el contagio era efecto de que los agentes de aquél habían envenenado las aguas. Bsperábanse días luctuosos y la caída del gobier– no. Las autoridades todas, sin armas de defensa, no hallaron otro reme– dio para apaciguar los ánimos de la República que la mediación del vene– rable co~ sus misiones. Sin vacilar un momento acepta el gravísimo nego– cio, confiándolo a su dulce Pastora. Comenzó por Ja ciudad de Santa Rosa, uno de los focos de la insu– rrección. Entró con su bandera desplegada, y la autoridad de su palabra atrajo a los pocos días a muchos revolucionarios. Les habló de la caridad cristiana y del perdón de los enemigos, enseñado por el Divino Mártir desde la cruz. Cuando con gran viveza exponía los castigos de los renco– rosos, pidió él mismo perdón a los sacerdotes, y siguiéndole la muche– dumbre se oyó un griterío que decía: ¡Nosotros también perdonamos! En aquellos instantes subió al presbiterio el general Solares y desde allí, arrodillándose, declaró que perdonaba a todos sus soldados, los que contestaron, que ellos también perdonaban a su general, el cual seguía· gritando: - Perdono también a todos mis enemigo11 politk os y a todos los que han hecho armas contra mí-. Al término de la misión se reunían en la plaza más de cinco mil per,, sonas: los que antes eran adversarios y ahora corderitos, recibían herma– nados la bendición con el estandarte de su Divina Pastora. Así continuó por todo el departamento, comulgando en los cinco últimos pueblos más de· diez mil personas, y «en todos ellos-dice el padre Esteban-la celes- 1. Ib., pp. 258-60, P. Estella, o. c., pp. 248 y s. - 2. P. Estella, o. c., pp. 250-252.

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