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V, P. ESTEBAN DE ADOAIN 775 Desp:.iés de profesar cursó la filosofía y en los primeros meses del curso teológico (1832), recibió el orden del presbiterado, según la antigua costumbre para los que tenían la edad canónica. Siendo aún estudiante y sabiendo que un reo de muerte moría en la impenitencia, marchó a la cár– cel y ante él se disciplinó sus espaldas desnudas, mientras decía: ¡Per– dón, Señor, perdón para un alma que se pierde! El reo, conmovido, pidió confesarse (1). · En sus primeros años de apostolado le sorprendió la exclaustración y fué uno de aquellos heroicos capuchinos que optaron por el destierro antes que dejar su hábito y la vida claustral. En Italia lo conoció el padre Burgos y , enamorado de sus virtudes, lo pidió a la Propaganda fide como elemento principalísimo para cimentar la misión de Mesopotamia. Pero Dios lo destinaba para otro estadio, el de América, y fué uno · de aquel aguerrido apostolado que salió de Marsella (1842) para evangelizar a Venezuela bajo la sombra del estandarte de la Divina Pastora, al que vito– reaba frenéticamente el pueblo marsellés (2). Entre aquella férvidc mu– chedumbre se destacaba la esbel.ta figura del padre Adoain, aureolada con el majestuoso continente de su religiosidad. Durante la travesía ya vimos cómo se honró a la Divina Pastora en el navío Nouvelle Elyse por los capuchinos, el pasaje y la marinería: era su redil, bogando por los mares. El día 10 de julio tocaron al puerto de Cumaná, y como los mis:one– ros iban pedidos por el gobierno venezolano para apaciguar los distur– bios que sufría aquella República, acudieron las autoridades y el pueblo, que siempre amó a sus capuchinos, para recibir a los enviados de Dios. ¡Cosa sing·ular! No quisieron pisar la tierra americana, sino q1 la misma formél que abandonaron la marsellense; en procesión solemne, ·:presididos por el guión de su Celestial Pastora , y precisamente para, llevarla en triun– fo al santuario que lleva su nombre en Cumaná, darle gracias, cantarle la Salve y saludar al pueblo hambriento de doct_rina (3). La satisfacción y júbilo, que embargó el alma de los cumanens.es, no son para descritos. El padre Esteban los anotó así en sus apuntes: «¡Qué admiración causaba a los jóvenes que nunca habían visto hombres semejantes! ¡P'ero qué jú– bilo experimentaban los ancianos que habían conocido a los antiguos capuchinos, que fueron sus padres, sus maestros, sus consejeros, su todo! ¡Bendito sea Dios, exclamaban, ya volvemos a ver a nuestros pa– cires! ¡Bendita sea la Divina Pastora que nos trae a .nuestros capuchinos! ¡Ahora sí, nos confesaremos!» (4). Desd~ un principio aparece el padre Esteban como un misionero per– feclísimo, privileg·iado con excepcionales dotes de alma y cuerpo, que pre– gonaban su misión divina , a la cual fué siempre fidelísirno. Después será llamado por los superiores el director de las misiones, pero de hecho siempre lo fué y tan dado a ellas que fueron el quehacer continuo de su vida ministerial, · ·Dos armas inseparables lleva el nuevo apóstol para vencer a los ene- . migos del mal: el crucifijo y el estandarte de la Divina Pastora. Con ellos recorrerá la porción que le ha tocado en parle, convertirá muchos lobos en corderos, las paseará por otros países americanos, y volverá a Euro- l. Ib. ¡:-p. 17 y s., y pp. 31 y s. - 2. Véase REVISTA CATÓLICA de Barcel'ona, 1 de julio, 1842, éonde hay preciosos pormenores. - 3. P. Ciáurriz, o. c., p. 29. - 4. lb. y P Estel la, o. c., p. 63.

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