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46 LA DIVINA PASTORA Y EL BTO. DIEGO J. DE C. La reina Farnesio en una de sus entrevistas con el padre Isidoro , en el 1731, debió rogarle que pidi era a la Divina Pastora un trono para su hijo el infante don Carlos . Nada más natural en ella , dominada por el or gullo y la pas ión de mando , que este deseo para su primogénito, que no era el here– dero de la corona. porque el rey tenia otro hijo varón de su primera mujer . El padre Isidoro le contestó que, aunque era cosa muy difícil , lo pedi – ría al Señor , si era su voluntad , y le añadió: Vuestra majestad y su hijo deben hacer méritos para que se les conceda esta gracia , y será uno de los de mayor valía hacerse devotos de la Divina Pastora y propagar su devo– ción por todos los medios posibles. La reina prometió cumplir el consejo, y la gracia no tardó en serle concedida co n largueza. En efecto, a los pocos días sale de Sevilla el infante don Carlos con el duque de Montemar para Italia, con el fin de conquistar a Nápoles, y lleva el encargo de su madre de ser devoto de la Divina Pastora y difundir su devoción en las tierra s que conquisl e, si quería ver prosperar su empeño de conseguir un trono y una corona. No pasaron dos meses y ya el infante era proclamado rey de las Dos Sicilias. Pero lo maravilloso es que en Nápoles , donde puso su trono el nuevo rey, aparece en los primeros añ os de su reinado la devoción de la Divina Pastora, y fué tan exuberante su florecimiento, que casi podría igua– larse al propio de Sevilla, cuna de la devoción. Muerto Felipe V y, después , su hijo don Fernando VI , era proclámado rey de España don Carlos en 1759, y, al desembarcar en Barcelona con la reina ordenó al marqués de la Vitoria: que las colgaduras de damasco gra– na , que habían adornado sus camarotes en la travesía , las ofrendase a la imagen de la Divina Pastora de Cádiz, en acción de gracias por los mu– chos favores que le había di spensa do, para adorno de su capilla y que no pudieran prestarse para otro servicio (1 ) . Por su parte la reina Farnesio, antes de partir de Sevilla el 1733, se hizo , de muchos objetos piadosos de la devoción para la propaganda, y habiendo conocido al famoso artífice, Bernardo Germán Lorente, llamado e/ pintor , de fas Pastoras, por las mucha s que salieron de su paleta y taller , le en– carg·ó que le pintase una , lo más hermosa posibl e, y de la mejor calidad (2). Lorente en esta obra se superó a sí mismo, no sólo en el grupo de án– geles netamente murillescos , si no también en el rostro de la Pastora que, al decir de algunos, r ecuerda la belleza y expresión de la Gioconda de Leo– nardo de Vinci. Fué de tanto agrado para lare ina , que se la llevó consigo a la Granja y la entronizó en la iglesia de san Juan Nepomuceno, donde fué admirada y ca talogada por mucho tiempo, hasta que la trajeron a Madrid y fué cedida al Museo del Prado, siendo la admiración de todos los que la contemplan (3) . Además la reina recibió particularmente al padre Isidoro en besamanos de despedida , y de la conversación que sos tuvieron se desprenden que le l. MEMORIAS DE LA ARCHICOFRADÍA DE LA INMACULADA PASTORA DE CÁDIZ, arch. de la misma. 2. Los reyes quisieron llevarse a Germán Lorente de pintor de Cámara, pero él prefirió, por su carácter reconcentrado, permanecer en Sevilla. - 3. Actualmente no está expuesta al públi– co, y es de lamentar que una obra tan bella, estimada y reproducida, permanezca oculta en los depósitos del Museo. Véase la revista ilusirada, LA EsFERA, que varias veces la reprodujo en tricromías.
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