BCCCAP00000000000000000000461
MISIONES DEL v. P. Luis DE OVIEDO ración de sus numerosos concursos y por los favores celestiales con que la Divina Pastora bendecía su apostolado. Pero la que descolló entre todas fué la predicada en el Sagrario de la catedral, que por su amplitud y estar en el centro urbano reunía condiciones excepcionales. A ella asistían los canónigos y prebendados y lo mejor de la ciudad , quienes después esco– gían por director de sµs conciencias al padre Oviedo. Seg·uramente fué en esta ocasión cuando el arzobispo de Sevilla, don Luis de Salcedo y Azco– na, se puso bajo la dirección de dicho padre, pues las crónicas dicen que el arzo::iispo «había labrado cuarto en este convenio de capuchinos donde se retiraba a hacer ejercicios espirituales bajo la dirección del venerable padre fray Luis de Oviedo , su confesor, y de su contemporáneo el v,znera – ble padre fray Isidoro de Sevilla• (1). Entre los muchos prodigios que se citan de esta misión recogeremos sólo uno, el de las mulas desbocadas , con las mismas frases que lo escri – bió el padre Isidoro. «U:1a noche iba por cierta calle el venerable padre y sus compañeros con el Rosario, llevando en su pendón la Divina Pastora Misionaria. A este tiempo en otra calle, algo distante , se desprendieron las cuatro mulas de un coche, y como furioso torbellino se introdujeron en la calle, por donde iba el Rosario. Al .rnido, que causó el tropel de los desbocados brntos y a los levantados gritos de la gente asustada , se turbaron todos los que iban en el Rosario, y, fallos de consejo , no sabian que · hacerse, porque conocieron que por su espalda venía aquel estrépito ruidoso y se pronosticaron fatá– lidades muchas. Clamaron lodos a la Divina Pastora , y más que todos cla– mó el venerable padre fray Luis, cuyas oraciones, oídas por la que toda es piedades , dispuso que. así que las desenfrenadas mulas llegaron a dende estaba el pendón de la Soberana Reina, se parasen tan del todo, que no se moviesen, hasta que las apaciguaron y quedaron mansísimas, como antes del disparo lo habían sido• (2). El último período de su vida , que duró tres años, lo pasó el padre Oviedo morando en el palacio arzobispal, pues el señor arzobispo, con la debida autorización, quiso tenerle a su lado , no sólo para dirigir su con– ciencia , sino también pai·a consultarle habitualmente los asuntos de su go– bierno. Mas no por esto cambió la vida, pobre, humilde y penitente, el mi– sionero capuchino, que supo guardar en todo la austeridad y abstracción del convento, conducta que le valió el afecto y veneración de todos los del palacio. Su última enfení1edad le sobrevino por haber tomado, en una no– che que volvió tarde de predicar, la pobre colación , que acostumbraba, frí,a y en desazón, por no querer molestar a los oficiales. Al día siguien.te amane– ció con calentura y como si supiese que se aproximaba su última hora, pi– dió al prelacto que le permitiera irse al convento, a lo que accedió el arzo– bispo, enviándole dos de sus médicos, que junios con el de los capuchinos, dictaminaron que la enfermedad ni era de muerte ni tenía importancia . Pero él conlesló:-De esta, cie1tamente muero.-Recibió los santos sacramen– tos y pocos días después pidió que le dieran al Señor por Viático, y como le dijese el padre guardián que ya lo había recibido, le rogó que se lo ad– ministrasen otra vez, advirtiéndole al médico, que estaba presente, que e&lo era lícito. Lo recibió con gran devoción y con afectuosísimos actos de "fe , 1 Fr. Angel, o. c., t. l. º, f 81. - 2. P. Isidoro, VIDA DEL PADRE Luis DE 0vrnno, p. 248.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz