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28 LA DIVINA PASTORA Y EL Btó. DIEGÓ j. DE C• . los peritos era que había perdido la vista para siempre. Otro caso singular: Hemos hallado 'Una carta del reverendísimo padre general, en la que orde– na que la guardianfa del convento de Sevilla no se provea hasta su próxi– ma llegada, y mientras tanto fuese gobernada la comunidad por el padre vicario (2), lo que indica que el asunto llegó a noticias de Roma, y que allí se estimaba conveniente y necesario sostener al padre Isidoro en el guar– dianato. Pero el reverendísimo padre, cuando personalmente se cercioró en Sevilla de la realidad de la ceguera, no tuvo más remedio que permitir la elección del sucesor, hecha en noviembre de 1727. Libre ya el venerable de su cargo , y hasta fuera de peligro de reinte– grarse a él por no estar vacante, viene otro caso singular, y fué que, de re– pente, recobró la vista. Fray Angel de León refiere la prodigiosa cura de este modo: «Hasta los últimos años de su vida , continuó el venerable predicando y aún estando ciego, consiguiendo milagrosamente la vista por intercesión de la Pastora, estando predicando la novena en el púlpito de santa Marina, de que fué testigo el innumerable auditorio y toda la ciudad que lo habían visto ciego y después con vista, especialmente los hermanos de la Divina Pastora, que desde el púlpito llevaron al padre Isidoro en brazos a su ca– pilla, para librarlo del tropel que acudió a besarle la mano y hábito con piadosa devoción». (1) · En general se estima mayor milagro que la cura , la evidente manifes– tación de la voluntad de la Virgen , que lo quería sólo para la difusión de su título y no para otros cargos y n,zgocios. Villegas , el biógrafo del venerable, insiste con frecuencia en asegu– rarnos que el padre Isidoro continuaba en la tarde de los días festivos sa– cando el Rosario de la Divina Pastora a los barrios más turbulentos o don– de hubiese alguna fiesta o velada , como la de san Juan, san Pedro , el Ba– ratillo, san Jerónimo, santa Ana y otras , y allí , ora, predica y convierte a los más empedernidos pecadores, cosechando algún prodigio y siempre el fruto espiritual de las almas. Reseñaremos un solo caso , típico y resonan– te, que retrata de cuerpo entero el temperamento apostólico y social del padre Isidoro. Durante la invasión agarena en España nos dejaron los moros el germen de las guerrillas, de tal manera que hasta los chicos eran guerrilleros. Una de sus costumbres era la de las pedreas entre dos bandos de los vecinos de un mismo pueblo, que, citándose a hora fija , salían al campo y en bata– lla campal decidían sus pleitos con heridos y muertos. En Sevilla, por en– tonces, ~ran niños y mozalbetes, de barrios rivales, los que se entregaban a esta bárbara costumbre con pena y terror de sus familias. Cierto domingo supo el venerable que había pedreas y ordenó que el Rosario marchara. al campo, precisamente al punto y a la hora de la con– tienda. Los hermanos se conmovieron ante tal decisión, pero obedientes al santo fundador, se pusieron en marcha. Cuando divisaron a los dos gru– pos lapidándose ferozmente, sintieron que el corazón les latía con más in– tensidad cuanto más se aproximaban al campo de la lucha. El padre Isido– ro avanzaba intrépido y los fieles le seguían cantando , pero una era la pro– cesión por fuera y otra por dentro. Los contendientes al ver que se les acer- 1. Fr. Angel, o. c., t. I, f. 220.

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