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8 LA DIVINA PASTORA Y EL BBO. DIEGO J. DE C. espíritu de fe de sus tercios, mientras que para atajar y disminuir el ham– bre y, la escasez de todo , salían diariamente a trabajélr y hacer fajina desde el obispo, sacerdotes y religiosos, hasta los nobles . niños y mujeres. En– tre eÍlos iba el padre Isidoro. que. como testigo y actor, narra en páginas emocionantes estos episodios , y los sacrificios y penalidades a que esta– ban sometidos , y dice que los aceptaban y hacian rezando oraciones , can– tando el rosario y las letanías y a veces, para levantar sus ánimos, con pínfanos y tambores (1), Esta fué la vida y la formación apostólica del venerable en sus prime– ros años de sacer locio , madurándose al abrigo de los grandes apóstoles de la Santísima Trinidad , de las Tres Ave María y del santo rosario, para presentarse, luego, al mundo con luz propia , como nuevo heraldo de Cristo y _de la Virgen María. En todos estos años , imitando a sus maestros, salía con el Rosario los días festivos, cantando la corona franciscana por las calles de Cádiz, predicando en el intermedio en alguna plaza, y conservó esta santa costumbre hasta el último año de su vida, dejándola : a su pro– vincia como precioso legado. En toda esta predicación, como en otras de iglesias, y particularmente en sus misiones, procuró siempre. hablar de la Virgen, como el mejor medio de atraer las almas a los pies de Jesucristo. Tal práctica constituirá en él la tónica de su vida, una segunda naluraleza , una misión recibida del cielo. Fué nombrado Cronista de la provincia, cargo que desempeñó duran– te cincuenta años. Escribió sus crónicas y más de cuarenta vidas de vene– rables que envió a Roma. Para dar cuenta al padre provincial de lo que ocurría en la plaza, vino a Sevilla en 1703, fecha memorable en los fastos de España y de la Orden capuchina , porque su venida no fué un acaso , ni provisional , como se cre– yó, sino estable y ordenada por la Providencia para sus altos fines . Este es el momento, hito señero y cumbre de su vida, que debiera grabarse con letras de oro, dándole el signo de la inmortalidad con un monumento, que lo recuerde a todas las generaciones. Sevilla , entonces se colmó de glo– ria , y su nombre junto al de su hijo, el padre Isidoro, resonó en todas las partes del mundo. 1. lb., pp. 251-53.

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