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IN'TllODUCCIÓN XXVII caso de las catacumbas y, además, lo que anteriormente había afirmado Precanico: que la primera imagen de Pastora es la que expuso el padre Isidoro de Sevilla en su ciudad natal. Existe una pintura en las ~larisas de la laguna (Tenerife), que representa el sen– tido de dicha Congregación. la custodia y la figura del Buen Pastor ocupan la parte central; a un lado la Vi rgen y a otro san José, ambos de rodillas y con sendos rótu· 1.os : Gregem ípsa pasce bat (Gen., 29, 9), y Joseph pascebat gregem (lb., 37, 2); en la parte inferior está el seráfico p::idre, de hinojos, con la cadena de la esclavitud y varias ovejas. Es un lienzo decadente, de mitad del siglo XVIII, y nada importa que fuese anterior, porque de él se seguiría el culto al Divino Pastor Sacramentado, pero no el de la Virgen Pastora, so pena de admitir, que en la Iglesia se dió culto culto público a san José como pastor, lo que nadie diría. Esas figuras deben estimarse sólo como precursoras de las que propiamente representan luego a María bajo el tipo perfecto del símbolo pastoril, y los textos que las acompañan reponden a la semilla .doctrinal, como lo hace fo poesía espa– ñola en todos sus géneros: épico, lírico y dramático. Presidiendo el coro alto de la iglesia de san Gregario de los Armenios, en Nápoles, hay una bella pintura de la Divina Pastora, atribuida en su inventario al fin del siglo XVI. El error del inventario se refuta en las páginas de este libro (50-1), y extensamente lo hicimos en El A dalid Seráfico (as. 1947 y s.). La técnica y el tema de la pintura son dieciochescos; la historia napolitana señala en 1742 el orto devocional de la Divina Pastora en Nápoles, y contra estos inconvenientes y otros históricos más graves resulta la atribución del inventario arbitraria, mientras no se pruebe que la antigüedad de éste es anterior al sig lo XVIII, lo que hasta ahora no se ha hecho. El ver claramente en la revelación divina a la Virgen cual mística Pastora; el ordenar hacer sus imágenes en pinturas y tallas con dicha apelación y atavíos pastoriles, para que fuesen veneradas por los fiele s; el exponer la doctrina .en que se fundamenta la advocación y el propagarla prodigiosamente por el mundo, es una gloria que pertenece al citado venerable Padre Isidoro, el cual, por inspiración divina o en visión celestial, recibió de la Virgen tan alta misión, con el fin de prestar a la Iglesia una nueva fuente de piedad, antídoto contra las frialdades del del janssenismo, y legarla a su Orden capuchina no sólo para que cuide de su difu– sión, sino también para que la abrace como bandera de sus misiones. En un principio, escudados los enemigos en la novedad, impugnaron el título y t,aje como impropios.e indignos de la Madre de Dios; pero veinte años más tarde, cuando la advocación, confirmada por los obispos y el Romano Pontífice, florecía con frutos de fé y de santidad, nuevos impugnadores intentaron arrancarle el florón de su primacía. Contra unos y otros se enfrentó el padre Isidoro, haciéndoles enmudecer, como puede verse en su lugar respectivo (pp. 22-26). El hecho de presentar al munda por primera vez la imagen de la Virgen con el título y traje de Pastora ocurrió en Sevilla el 8 de Septiembre del año 1703: estu– d iarlo e·n su génesis y evolución hasta nuestros días constituye el objeto del pre– sente libro.

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