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XXVI lNTRODUCCIÓN mente enseñada por los santos padres, doctores y escritores eclesiásticos. Eco de esta verdad es Venancio Fortunato, obispo de Poitiers, que pregona a la Virgen más de una vez Madre del Cordero Divino. En su primer Cántico presenta a Cristo pen– diente de la cruz, arrancando sus ovejas de las fauces del infernal lobo y, termi– nando la idea, canta en el segundo: Qnreque lupi fuerant raptorís prreda furorís, In cruce restituit Vírgínís Agnus oves. . (Mígne P., L., LXXXVIII, 90). Pero no puede afirmarse lo mismo sobre las figuras marianas netamente pasto– reñas, porque, como las de otras- muchas advocaciones, aparecen más tarde, en la · hora señalada por Dios para reanimar la fe y mejorar las costumbres. Es fácil incurrir en graves equívocos en la cuestión de los orígenes de la imagen de la Divina Pastora, ya señalando las que no fueron, ya .dándoles una antigüedcd que no tienen. Para eludir esos inconvenientes ha de tenerse en cuenta que la figura debe re– unir las siguientes características: título, atavíos pastoriles y culto público. En este sentido no existió hasta el año 1703. Se ha dicho, sin fundamento, que en siglos anteriores hubo imágenes de la Divina Pastora y que se les tributó culto. El hecho debe probarse con argumentos convincentes, y hasta ahora nadie pudo lograrlo. En un sentido muy lato podría admitirse que ciertas figuras marianas fueron precursoras de las que en tiempos modernos representan a la Virgen como Divina Pastora. Tales podrían ser las que se agrupan al Buen Pastor; pero no consta que tuvieran las condiciones sobredichas. A este propósito escribió el ya citado Marucchi: On a dit que l'Orante figu– rée pres du Bon Pasteur, dans une sorte de parallélísme, est l'ímage de la T. Ste. Vierge. C'est l'opíníon de M. Grímouard de Saint Laurent, et de Rossí n'y contredít pas (o. c., t. J. 0 , p. 323). Esta figura de Orante, de pie y con los brazos abiertos hacia arriba, fué profu– samente multiplicada en la paleo-pintura y estatuaria cristiana y puede verse en el grabado que encabeza la introducción. Ella podría recordar el pastorado de la Vir– gen; mas no es propiamente imagen de Pastora, ni se destinaba a su culto. No lo primero, porque del mismo modo que se agrupa al Buen P<;istor, se ve agrupada sin Él con otros santos o sola, siempre sin atavíos pastoriles. No lo segun– do, porque si la imagen no tenía ese carácter especial, tampoco, bajo dicho aspecto, se le tributaba culto, ni recuérdase en parte alguna el hecho. Sin embargo, iluminados ahora los fieles por dos siglos de cultos a la Madre del Buen Pastor, cuando se fijan en esas figuras suelen sentir la emoción del descu– brimiento y exclaman: He ahí la imagen de la Divina Pastora. Casi llegó a decirlo monseñor Bougaud (El Cristianismo y los tiempos presentes, t. 3, p. 58). Del códice que guardo el archivo general de los Capuchinos, Nuova rela– zíone... in dífesa di María Santissima col titolo dí Sagra Divina Pastora... por Gennaro Preconico, cuando habla de la Congregación del Divino Pastor Sacramentado, de la Divina Pastorella inmaculada y del Custodio de los Pastores, San José, pudiera alguno deducir el culto a la imagen de la Pastora en el siglo XV; pero ya en la bibliografía anotamos que este manuscrito contiene mu– chos errores, gravísimos y contradictorios cuando escribe de dicha Congregación. Aún, admitido el hecho de las tres figuras agrupadas, tendríamos sólo el mismo

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