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INTRODUCCIÓN xxm Si la maternidad divina constituye la fuente de todas las gracias y prerrogativas de la Virgen, esa misma maternidad es la raíz, el fundamento de su místico y mater– nal pastorado. En el eterno decreto de la redención ordena el Padre la encarnación de su Verbo, corno sacerdote y víctima, o sea, como Pastor y Cordero sacrificado... lncluída en este mismo decreto estaba su Madre, de la que debía nacer, connotada con la prerrogativa de compañera, se[l1ejante a Él para el sacrificio. En el Viejo Testamento se halla de muchas maneras figurada la Virgen en su título de Pastora: la hermosa Raquel, apacentando l·as ovejas de su padre (Gen., 29, 9), es el tipo de María Pastora; el Arca de la alianza, cubierta de pieles corderiles (Exod., 26, 14), es también su figura; en la vara pastoral de Moisés reconocen los intérpretes el pastorado·de María: Vírga Moysi per quam fecit signa in Aegyp– to, María est (A. Abs. in serm. 31 de Assump.); en la plegaria hebrea, Emítte Ag11um, Domine, dominatorem terrae, de petra deserti (Jsaí., 16, 1), la Piedra de donde ha de venir, nacer el Cordero, simboliza a la Virgen; y en él argu-. mento del Cantar de los Cantares la Sulamítis se representa dramáticamente apacentando ovejcis: Hic índudtur, velut in dramate, Sponsa ut virgo pascens oves (Corn. a L., prelim., c. 3). Los intérpretes reconocen en la Esposa mística a la Virgen María y la Iglesia le aplica en su liturgia gran parte del libro, particular- . mente la del pastorado. En el Nuevo Testamento habra que deducir el símbolo, predicándolo de la Madre siempre que se aplique al Hijo, según la economía de la reparación. Así, en la anunciación del arcángel, acepta la Vtrgen voluntariamente la Mater– nidad divina en los dos conceptos arriba expresados: Madre física del Sumo Pastor y también Madre espiritual de sus ovejas. · No cabe la menor duda en el primer sentido, pues lo enseñan muchos santos padres y doctores; Virgo Immaculata ex qua Magnus ílle Pastor Agnus natus est, dijo san Andr_és cretense. El Damasceno lo repite: Mater Agni et Pas– torís; y la misma Iglesia confirmó el título introduciéndolo en su liturgia: In festo Beatre Vírgínís Maríre, Boní Pastorís Jesu Chrístí Matrís (Decrt., Píí P. VI, 1 aug., 1795). El padre Miguel de Santander, en contundente silogismo, desentrañó ese mismo pensamiento con estas bellas y sintéticas frases: «Decir que María es Madre de Jesús, es una verdad de fé: asegurar que Jesús es el Pastor Bueno, es otra verdad de fé; luego el celebrar a María como Madre del Pastor Bueno es confesar una verdad de fé, inmutable y eterna». (Doctrinas 1J sermones de misión, t. 2, pp. 384 y s). E¿ste pues, aunque de diverso orden, un mutuo y singular pastorado entre Jesús y María. El de la Madre consiste en la sublime prestación de todos los deberes maternales plenísimamente cumplidos, más en la complacencia que causa al Buen Pastor con sus egregias virtudes; el del Hijo se cifra en las excelencias de naluraleza y gracia con que adornó a su Madre sobre todas las criaturas, haciéndola Inmacu– lada en su Concepción ex prrevisis meritis, ungiéndola después, en la Encarna– ción, con plenitud de santidad y asociándola a su obra redentora. El pascit et pascitur del comentarista tiene aquí su más exacta aplicación. En el ·segundo aspecto, Pastora de las almas, le compete el título corno una secuela de su Maternidad, no necesaria, pero sí ordenada por Dios -y aceptada por ella-, para que, en consorcio con su Hijo, cooperase formalmente en la obra de la redención. «La augusta Virgen..., enseña Pío XI, fué elegida Madre de Cristo precisamente para ser consorte suyo en la redención humana. (Ep., Auspícatus profecto, 27 jan. 1933). «Aquí viene el gran misterio, exclama san Agustín, para que, como por una mujer llegó a nosotros la muerte, por otra nos naciera al vida,
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