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XXII INTRODUCCI ÓN El culto festivo del Buen Pastor.-De la adoración privada y pública al Pastor Divino, se llegó a su solemnidad litúrgica fijada en el segundo domingo des– pués de Pascua, llamado antonomásticamente del Buen Pastor. Ella, como todas las fiestas eclesiásticas, posee sus propios elementos: objeto material, que es la persona a quien se adora; y objeto formal, la razón específica bajo la que se présta culto a la persona. En las fiestas de Navidad, del Corpus y del Divino Pastor, el objeto material es uno mismo: la divina persona del Verbo humanado. Pero el objeto formal es distinto en cada una: en la Natividad se venera su nacimiento en carne pasible; en la del Corpus, la institución del Santísimo Sacra– mento; en 16 del Buen Pastor, su amor y misericordia manifestados en su obra pas– toral en favor de los hombres, desde que aceptó el decreto de su Padre de redimir– los hasta que l~s abrió, glorioso, las puertas del cielo. Todo cuanto se ha dicho del Divino Pastor, -y no es nada para lo que resta por decir- constituye el objeto formal de su fiesta. El oficio divino y la misa son un trasunto de estas verdades, que aún se recuerdan en las antífonas de toda 'la octava. Si la conmemoración por su significado es importantísima para la vida de la Iglesia, fué por la solemnidad externa, que recabó en el siglo Vi, una de las más grandiosas del cristianismo, agraciada y enriquecida por san Gregorio Magno con el privilegio de capilla papal y estación jubilar a la basílica vaticana de san Pedro. (P. J. A. a S J. in Persiceto, De Boni Pastoris cultu, pp. 136-84). En la mañana del citado domingo el pueblo romano afluía en masa para asistir a la fiesta; el Sumo Pontífice, revestido de capa magna y con tiara, rodeado de su corte y con el boato de las grandes solemnidades, hacía su entrada en la basílica, oficiaba la misa personalmente y desde la cátedra de Pedro pronunciaba la homilía sobre la parábola del Buen Pastor. /lb.) Ausentes de Roma los Ponrífices de los siglos posteriores en períodos más o menos largos y, sobre todo, en el del cisma de Aviñón, la solemnidad no pudo cele– brarse, y ha quedado reducida, después, al rezo y a la mera estación a la basílica. Mas los fines, que la iglesia se propuso en su liturgia, subsisten, y son cada día de mayor actualidad. Pudieran cifrarse en los puntos siguientes: l.º Adorar a Jesucristo en cuanto bajo la figura de Buen Pastor dió su vida por los hombres y la dá perpetuamente para que participen de ella todas las genera– ciones. 2óº Recordar y confesar la divina obra pastoral de Cristo, continuada sin interrupción por el ministerio de la Iglesia. 3. 0 Excitar a los fieles para que rindan el tributo de amor, obediencia y reconocimiento, que deben a Cristo como a su Prim'a– rio y Sumo Pastor y, consecuentemente, para que obedezcan, amen y reverencien a los pastores secundarios que lo representan. 4. 0 Reavivar el espíritu de fe, de cari– pad y de penitencia contenido en la parábola del Buen Pastor y pedirle y trabajar, para que las ovejas errantes vuelvan a la unidad de la Iglesia, y para que todos los infieles conozcan la luz del evangelio, hasta que se fo1 me un solo redil y un solo Pastor. (loan., 10, 16 et_Lit. Sanct.). María en el símbolo pastoril.-Cuando se titula a la Santísima Virgen Madre del Buen Pastor, Madre .del Cordero Divino y Divina P9stora de las almas, han de distinguirse las dos primeras apelaciones de la tercera, pues tienen valores diversos. En aquellas confesamos que María es verdadera y físicamente Madre de la Cabeza de la grey cristiana, esto es, del Supremo Pastor; en la otra, que es Madre espiritual de todas las ovejas y corderos que forman ,el místico cuerpo de Cristo.

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