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XX INTRODUCCIÓN Pastor. Recordaremos sólo un fresco de las catacumbas de san Calixto, y el relieve de un sarcófago (Museo de Letrán) en que aparece el Divino Pastor rodeado de discípulos y de la grey. En el primero está con la oveja sobre sus hombros, y varias otras esparcidas por el campo a las que asperjan dos apóstoles; mientras unas oyen , atentamente lo que les dice, otras se apartan de la escena, y algunas siguen pas– tando. Los fieles veían aquí el bautismo en la aspersión, y la fidelidad o resistencia a la divina palabra en la actitud de las ovejas, lo que corresponde a los efectos de la parábola del sembrador. En el sarcófago van acompañados los apóstoles de sendas ovejas que simbolizan la jurisdicción de los pastores de la Iglesia, y por esto a la de San Pedro acaricia el Divino Pastor, para denotar que es el Primado (Martígny, Diccionario de A. C., p. 643). Cuando el cristiano miraba la imagen de Jesús con la oveja al hombro, como aparece en la bellísima estatua del Museo de Letrán, doblaba sus rodillas, repitiendo el texto de lsaías: Projeciste post tergum tuum omnía peccata mea. (38, 11). Esa mirada era equivalente a una homilía sobre la caridad de Cristo y la necesidad de la penitencia, homilía, que frecuentemente escuchaban de los labios del sacerdote. El Pastor de Hermas, libro que desde el siglo 11 fué el vademecum de los cristianos, es un exponente del abolengo del signo en la literatura postapostólica; y la musa cristiana de nuestro Prudencia alegorizó, pródigamente, con bellas figuras pastoriles toda su himnología dogmática; así para encomiar la excelencia del Vaticano, cantó: Allí están las cenizas del primer pastor nombrado por Crisro. (C. Symm. I, 578). De igual manera se halla el Cordero simbolizando al Salvador en los monu– mentos de los primitivos cristianos. Tras el Cordero veían el sacrificio del Calvario y el del altar, a Dios convertido en alimento del alma en la Eucaristía. Casi siempre lleva algún atributo divino: la cruz, la herida, el monogra ma, para diferenciarlo de otros corderos que representan a los sacerdotes o a los fieles. Los iniciados en el misterio de la redención, comprendían claramente lo que significaba el símbolo del Cordero, el cual fué en los seis primeros siglos de la Iglesia el Crucifijo de su vida pública . En aquellos años de persecución, cuando el paganismo no consentía ni podfa concebir la veneración a un Crucific.ado porque la cruz era un estigma, fué necesa– rio velar el misterio con las sombras del símbolo, para que los cristianos lo pudie– ran llevar impunemente sin exponerlo a la profanación. Adviértese que en el lenguaje de los fieles y de los santos padres se aludla indistintamente a la imagen del Buen Pastor y a la del Cordero, y se identificaban: Tu, Chríste, Bonus es Pastor, qui 'Bonus es Agnus, ídem Pas.tor et pascuh, ídem Agnus et Leo, dijo san Agustín. (Mígne, P. L., serm., XXXVIII, 138). Lo mismo se lee en la portada de la basílica de santa Pudenciana, de Roma: Hic Agnus mundum restaurat sanguíne lapsum. Mortuus et vívus ídem. sutn Pastor et Agnus. El culto del Divino Pastor en la lglesia.-Esas imágenes no eran meros adornos, sino objetos sagrados que se destinaban a la adoración, a la plegaria , y al culto católico. En el Sacramentario leoníano sé lee esta antiquísima oración: Gregetn tuum, Pastor Bone, placatus íntende, et oves quas prretíoso sanguíne rede– místí, díabolíca non sínas incursione turbari. fMígne, P . L., LV, C. 73!. El mismo Sacramentario tiene otra de suma importancia, la cual con pequeños

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