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INTRODUCCIÓN XIX Con insistencia misteriosa repite el símbolo multitud de veces, símbolo que es a la vez objeto principal en la mayoría de las visiones, mientras que las visiones son las hagiofanías y el evangelio de la vida triunfal y gloriosa del Cordero sacrificado, dig no de recibir toda virtud y divinidad. (5, 12). Ponemos fin al grandioso cuadro pintado por Dios para sensibilizar su reino. En todo el proceso de la revelación divina, desde el Génes is hasta el Apocalipsis, aparece su marcado designio de manifestarse a los hombres en figura de pasto r y de establecer su imperio bajo el símbolo del pastorado. Todo está cbntenido en este signo, pletórico de teología: su providencia, el decreto eterno de mandar un Salvador, la promesa hecha a su pueblo de ·enviar su Unigénito, la realidad visible teocrática de Cristo echando los cimientos de su Iglesia, la redención de los hom– bres en su aspecto objetivo y subjetivo, las persecuciones que sufriría e_n su pe.rsona y en sú cuerpo místico, sus victorias, la desgracia de los precitos y Iá suerte feliz de los predestinados. Todo, todo está en él pastoralmente dibujado, como un com~ pendio de su amor y riuevo decálogo, según el cual deben vivir y ser juzgados los hombres; ¿Qué nos dice toda esta exégesis del místico pastorado de las almas? Que no es una invención del ingen io humano, sino obra del mismo Dios que quiso engas– ta ria en el depós ito de su revelación divina. La simbología del Pastor y · del Cordero en la Iglesia. - No es de extrañar que los primitivos cristianos, fresca aún la parábola del Buen Pastor y oyentes de la doctrina apostólica, vivieran abismados en sus meditaciones, hablaran en léx ito pastoril y concentraran el culto católico en la adoración del Pastor y del Cordero. Todos los arqueólogos están conformes en que las primeras figuras de Jesu– cristo lo representan como pastor. (Maruchi, Elements d'Archéologie, t. I, p. 276). En los vasos sagrados, piedras, anillos; sarcófagos, exvotos y lámparas, como .en las pinturas de las catacumbas y en las estatuas, se repetía el símbolo como el más familiar y evocador del cristianismo naciente. De ordinario se representaba como un joven bello, imberbe, para expresar la juventud eterna del Divino Pastor. (S. Aug., apud Bolld., VII Mart.). TÍene cabe– llos cortos y mirada llena de ternura. Viste túnica no larga, ceñ ida por los lomos; a veces se adorna con bandas de púrpura y un manto prendido al pecho con fíbula. Las piernas están revestidas de una red de cintas -fascíre crurales- y su calzado es variadísimo. La cd beza apa– rece desnuda y lleva, como excepc ión, una corona radiada, o alguna vez el monograma de Cristo. Acompáñale, casi invariablemente, la cayada-pedum-, y el vaso de leche -mulctra-, y la flauta de los siete tubos syrínx-, atributos del poder pastoral, de la Sagrada Eucaristía y de los siete sacramentos. Lleva alguna que otra vez el can, figura de su celo y vigilancia. · Se ha dicho que la figura del Buen Pastor es una copia del Hermes Crióforo de los griegos, pero debe negarse, ·porque,. si convienen en puntos artísticos, jamás pueden c'onfundirse en su fondo y modalidades. El griego es un saltarín, casi siempre desnudo¡. el cristiano viste honestamente, ambientado de amor y de tristeza, de majestad y mansedumbre. El uno fué ejecutado con miras a la diversión, el otro para el culto y la plegaria. La vida de leí Iglesia, en cuanto es gobierno. espiritual y santifica'ción de las almas, los sacramentos y los dogmas de las postrimerías fueron representados en escenas pastoriles tomad?s de la Escritura, particularmente de la parábola del Buen

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