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144 LA DIVINA PASTOl~A Y EL BTU. DIEGO J. DE C. atribulado novicio de sus pies libre totalmente de la tentación y tan alegre, que fué notorio al maestro y a los connovicios el cambio verificado. Nunca olvidará fray Dieg·o la lección del padre Perusa. en la que aprendió a amar a la Divina Pastora y decir un evangelio , cuando pedía a Dios un milagro. Era por entonces guardián del convento de Sevilla el mentado padre Miguel de Zalamea , sucesor, como se ha dicho , del padre Isidoro, en lo referente a la Hermandad de la Pastora, en santa Marina, y aunque no fue– se el llamado por Dios para esta misión, era un alma eminentemente pas– toreña , que cultivó la devoción en todas sus misiones y la dejó muy flore– ciente en su pueblo natal. A su sombra comenzó la vida religiosa el nuevo vástag·o capuchino, en su escuela bebió el néctar purísimo de la devoción, su celo y afán de difundirla i la manera ingeniosa de predicarla, formando hermí'J.ndades y engrandeciendo a las ya fundadas. Todo esto era una lluvia benéfica, que hacía crec.er en fray Diego la semilla que él trajo de Ubrique escondida en los plieg·ues de su corazón. Un nuev0 acontecimiento va a hacerle vivir en el tiempo de su novicia– do un ambiente movido y cálidamente pastoreño: tal es el pacto que se pre– tendía establecer entre los capuchinos y los hermanos de la Divina Pastora , con el fin de que cesase la orfandad de estos y la tirantéz de ambas corpo– raciones. Sobrevivió al padre Isidoro el ilustre prócer sevillano, su amigo ínti – mo, su hljo espiritual, su admirador y vate de sus virtudes , don Manuel de Angulo y Benjumea , al que ya conocemos , que fué en sus principios herma– no mayor de la Hermandad y después, por muchos años su celoso mayor– domo. Su influencia sobre la H¡,,rmandad era decisiva y mucho más so– bre los capuchinos , de quienes era devotísimo y su bienhechor. Condolido este buen hermano de la disensión persistente entre la Her– mandad y los capuchinos, que a nada conducía , sino a dar pábulo a las murmuraciones y a disminuir los cultos de la Divina Pastora , se decidió con otros amigos suyos a exponer el lamentable asunto al padre provin– cial , fray Carlos de Ardales, varón todo de Dios , prudentísimo y amigo de la paz, el mismo que admitió en la Orden a fray Diego. Era, como se ha dicho, guardián del convento el padre Miguel de Zalamea, y es natural que viera con buenos ojos que se extinguiese el fuego que él había encendido . A ello le movería su gran devoción a la Divina Pastora y el recuerdo del venerable padre Isidoro y su conveniencia propia de no verse tildado como iniciador de la discordia. Oidos por el padre provincial los buenos componedores y despejados los horizontes , debió darles seguridades de no oponer obstáculo para que entre ambas partes se viniese a pactar una prudente aveniencia o concor– dia, que acabara con el escándalo . Así lo comunicó el señor Angulo a los principales hermanos, pues en 9 de julio de 1756 se reunía la Hermandad en cabildo, convocado ad hoc, y el mayordomo propuso la cuestión, reseñando los méritos de la comuni – dad capuchina en sus actuaciones pasadas , en las novenas y Rosarios de la Divina Pastora , a la que se debía el antiguo esplendor de la Hermandad, y dijo: que supuesto que algunas personas condecoradas habían allanado el camino con los padres para venir a un arreglo , sobre lo cual nada ha hecho la Hermandad por haberse acordado que no se hablase más dd

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