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INTRODUCCIÓN XV La profecía tiene una segl.!nda parte en que Dios habla •directamente a sus ovejas para instruirlas. A través del símbolo pone al descubierto las llagas sociales del mundo: su egoísmo, sus injusticias y la falta de caridad fraterna, que dividen la grey humana en un grupo afortunado, abusante de su posición, y en otro, débil y perseguido, que apenas puede vivir. En favor de los últimos levanta Dios su cayado para defenderlos, y contra los primeros se constituye en juez para exigirles cuenta de sus maldades. A vosotros los rebaños esto' dice el Seí'íor: He aquí que yo juzgo entre ganado y ganado, entre carneros y machos cabríos. ¿Acaso no os bastaba pacer buenos pastos? Pero vosotros además hollasteis con vuestros píes lo que os sobraba de ellos, y, bebiendo aguas purísimas, enturbiabais con vuestras plantas las que no necesitabais. Y mis ovejas se apacentaban con aquello que·habíais hollado, y bebían lo que dejasteis turbio. Por tanto, esto dice el Señor a vosotros: He aquí que yo juzgo entre el ganado grueso y el flaco. Porque con vuestros costados y hombros empajasteis a todas las ovejas flacas y con vuestros éuernos las aventasteis hasta echarlas fuera. Yo salvaré mí grey, y no será expuesta más a la presa, y juzgaré entre ganado y ganado. (lb., 17-22). La bondad de Dios no se para aquí, sino que en el centro de la. profecía, ani– mando a sus ovejas, les hace una promesa tan dulce y consoladora como la del Protoevangelio: Suscitaba super eas Pastorem unum: Yo suscitaré sobre ellas a un solo Pastor que lás apaciente, a mí siervo David: Él mismo las apacentará, y será su Pastor. Y yo el Señor seré su Dios, y 1111 siervo David, príncipe en medio de ellas. (lb., 23-24). David, según todos los expositores, es la figura de Jesucristo, el Buen Pastor, que nacería para salvar al mundo y establecer su reino preconizado al fin de la profecía, como el pacto divino que Dios anuncia solemnemente a los hombres. Y haré con ellos alianza de paz, y haré cesen las bestias malignas de la tíe1:ra, y los que moran en el desierto dormirán seguros en los montes. Y los pondré rodeando mí collado para bendición. Y haré brotar para ellos el vástago renombrado (Jesucristo): y no serán más menoscabados por ham– bre en la tierra, ní llevarán más el oprobio de las gentes... Mas vosotros, re baños míos, rebaños de mí pasta!, sois vosotros los hombres. (lb., 25-31) . En este último verso, ternísima epifonema de su bondad infinita, quiso Dios -explicarnos directamente el sentido de sus palabras, proclamando místicamente entre Él y los hombres la relación que existe entre el pastor y sus ovejas. Él, creador, · conservador, autor de la gracia y de la gloria; y los hombres, hechuras de sus· manos, dependientes de Él, constituídos por Él en reino, para que le sirvan en la vida presente y le gocen en la futura. Pero ese reino espiritual no era en el Viejo Testamento mós que una figura del prometido en la Nueva Alianza, que sellaría el Pastor Supremo con el sacrificio de su preciosísima sangre. La preciosa sangre sugiere el recuerdo de otro símbolo mesiánico de las Escri– turas que fué objeto perenne no sólo de la piedad, de las ciencias y las artes, sino también manantial de dulces consuelos para el corazón: tal es el Cordero como alegoría de Jesucristo. El caráder esencial del Redentor fué el de víctima y de víctima inocente. Bajo este punto de vista es como lo consideran los Libros Santos constantemente. lo llaman Cordero, porque de todas las víctimas de los viejos sacrificios el cordero estaba reputado la más pura, la más digna para servir de hostia propiciatoria. Sábese que es un cordero la primera oblación que el hom.bre justo ofrece a
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