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E L li E l?EDE l?O DE L V. P. ISIDOIW 129 minar los deseos de la Hermandad , dando al religioso , que asistiese por _vía de limosna y ag·asajo , aquello que juzg·ase reg·ular dicho padre guar– dián o la Hermandad determinase » (1). En la misma junta se dijo sobre e·sta resolución: «Ser cosa justa y de razón; pues merecía refleja atención que un hijo de aquella venerable ejem– plar comunidad había sido el fundador de la Hermandc1d, aumentándola y aca lorándola gloriosamente; y que, como tal, sabía reconocer y apreciar cierto enlace, conexión y parentesco con dicha venerable comunidad; y que en caso de repulsar las propuestas amistosas y convencionales, y en cierto modo voluntaria sujeción en tal cual parte, se lograba, al menos, dar una satisfacción pública y descargo político de las objeciones cavilosas , que le hacía el pueblo por lo no impuesto en sus fundados motivos» (2). La diputación que debía visitar al padre g·uardián estaba compuesta por dos sacerdotes de la junta , acompañados de don Manuel de Angulo y Benjumea, que no lo era; pero , habiendo sido siempre el brazo derecho del padre Isidoro y gTan amigo de los capuchinos, parecía el. más llamado para limar asperezas y acortar la distancia de entrambas partes. El, pues, inicia las gestiones, aprovechando la presencia, en su casa, del hermano limosnero capuchino , a quien daba su limosna de pan pera el convento, entreg·ándole un oficio para el padre guardián donde solicitaba le dijese en qué tarde podría recibir a una comisión de hermanos de la .Pastora, que llevaban una diputación de la Hermaddad. El disgusto debía de estar aún muy agriado , porque el padre guardián en el mismo papel es– cribió: «Si la venida es para tratar en asunto de la Hermandad de Pastora, se da por excusado, pues no oirá palabra en él. Si en cosa que pertenezca al servicio de dichos señores, tienen que mandarle; el g·uardián irá a reci– bir sus órdenes, siempre que se lo ordenen»: y mandó el papel con el mis– mo hermano a don Manuel Angulo. Dicho se está que, cuando se leyó esta misiva en el siguiente cabildo de la Hermandad, sus efectos fueron desastrosos , y la conclusíón fué que la Hermandad había cumplido ya con sus deberes políticos y que nada ha– bía que hacer y que nunca faltarían «varones de virtud, letras, melosidad y atractivo que, por la limosna que llevaba el dicho convento de capu– chinos , predicasen eón el mayor fervor y celo » (.3). Poco después con otro padre guardián y por cosas baladíes se repetirán escenas parecidas a es– tas, defendiendo cada parte su punto de vista con mengua de la devoción y culto de la Divina Pastora . .Se ve, pues, claramente que en los designios de Dios ni el guardián de los capuchinos ni el padre Zalamea eran los llamados para sustituir al venerable padre Isidoro y continuar su obra. El leg·ítimo heredero era otro en quien Dios tenia puesta su mirada y lo había elegido y predestinado para recog·er toda la institución isidoriana con el fin de incardinarla, pri– mero , en el corazón de la Orden capuchina, tanto en su foro interno como en el externo; y, después, elevarla a un gTado de superior categoría en el culto de la iglesia . En efecto, cuando murió el venerable padre Isidoro, ya jugueteaba en la villa de Ubrique un niño que había nacido en Cádiz, el 30 de marzo de 1743 y recibió en el bautismo el nombre de José Caamaño y García, y será después conocido en todo el mundo por fray Diego José de Cádiz. l. Ib., f. 61. - 2. Ib. - 3. Ib., f. 67. 17
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