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128 L A DIVINA PASTORA Y EL BTO. DIEGO J. DE C . misma, pero la situación era igual a la de sus hermanas de España. Con esta aclaración no intentamos reprochar a nadie, sino señalar el hecho, en . ( el cual resplandece la prudencia y mesura de los superiores .para aceptar la novedad. · Es muy probable que el venerable padre Isidoro nombrase por su su– cesor al padre Miguel de Zalamea; pero si no lo hizo existen testimonios en que la Hermandad, vié11dose huérfana , nombró por su protector a di – cho padre y en el cabildo de 17 de septiembre de 1752 aparece en el primer lqgar de todos los hermanos y se le ll;'!ma protector de la Hermandad y así se le !Jamará en documentos sucesivos. Pero el padre .Zalamea, parece ser, que nÓ reunía las condiciones necesarias para reemplazar al venerable ni era el elegido por Dios para recoger la herencia del padre Isidoro , ni mu– cho menos para darle la nueva orientación y el encumbramientd ordenados por la Providencia . Tanto es así que al año siguiente , 1753, hab'iendo sido visitado por los hermanos para invitarle a la predicación de la función princi-pal y sermones de la novena , contestó que por fines particulares te– nía que predicar esa misma función en Cádiz y que la Hermandad podría disculparle y escoger a otro padre del convento. Reunida la junta e informada de la contesta.ción del padre Zalamea, tras larga discusión , acordó que no era de su gusto que predicase otro ca – puchino de la comunidad y que , por estar dicho padre ausente en el Casti– llo de las Guardas , se le escribiese una carta , que llevaría un propio , co– municándole lo acordado, y que de rehusar la predicación, se convidaría a otro orador no capuchino , haciéndose traslado por escrito tanto al padre Zalamea como al padre provincial para justificación de la Hermandad (1) . Así ocurrió desgraciadamente, distanciándose ari1bas corporaciones ; los capuchinos por la preterición que se hacía de ellos con detrimento de sus pr edicadores , la Hermandad, porque acostumbrada a que nunca le fal – tase el venerable padre Isidoro, se creía con cierto derecho a que su suce– sor hiciese lo mismo. El lamentable episodio dió motivos a que el pueblo se quejara a cargo de la J:iermandad, por no verse al capuchino en el púlpito de la novena de la Pa stora. Al año siguiente la junta , teniendo esto en cuenta y que su fun – dador había sido un capuchino y que los capuchinos fueron los que habían dado días de fervoroso esplendor a la Hermandad, dispuso que pasase una comisión a ver al padre guardián , que era ya el padre José del Puerto , para informarle de las razones que asistieron a la Hermandad para la in– novación del pasado año , «sincerando e indennizando su resolución, pac– tando al mismo tiempo dichos señores el modo y circunstancias que había de haber de parte a parte, para perpetuar a dicha comunidad capuchina por escudo y fomento de la Hermandad y que siendo el mayor cultivo y cimiento para recuperar y conservar su antiguo fervor los frecuentes actos y funcio– nes de religiosidad, suplicasen juntamente al nominado padre guardián con – cediese la honra, que en otro tiempo ha merecido la Hermandad , de nom– brar religioso que con el celo acostumbrado asistiese al Rosario los días de fiesta por las tardes , para que suscitándose aquel antiguo esplendor devoto e inimitable con que se miró en lo primitivo de su fundación , se aumentase la devoción de esta Señora , que era el blanco donde debían ca - l. L DE ACTAS DE LA PRIMITIVA H ERMANDAD DE LA ÜIVINA p ASTORA, ff. 53· y S.

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