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CENlZAS Y SEPULCllO DEL V. P. lSIDORO 121 dió y desconcertó la solería de la iglesia, sacristía, capillas, claustros y ámbitos bajos del·convento» (1). Ya puede suponerse cómo quedarían las bóvedas de la iglesia, destinadas a los enterramientos. Es posible que cuando desaguaron y pudieron verse, todo en ella sería un montón 'infor– me de escombros, mad~ras y huesos humanos, en confusión indescifrable. Tal vez de aquí arranque el hecho que se lamenta, agTavado después DO!' el cólera, que llenó nue~tros cementerios de cadáveres, y también por los trastornos que causaron al convento los soldados de Napoleón, convir– tiéndolo en cuartel. Añáclase la exclaustración del 35, y todo explicará la desaparición de los restos mortales del siervo de Dios y hasta que se per– diese la memoria del lugar, donde fué sepultado . Ambas cosas t1os contrariaban mucho, porque son un gTan vacío en la vida, que estamos escribiendo del venerable. Pero un día, hojeando a Vi– lleg·as, leimos el caso siguiente: Muerto el padre Isidoro, se suscitó entre los religiosos de la comu11i – dad cierta contienda por retener para sí y en su celda la Pastorcita que el venerable llevaba siempre consigo. El padre guardián, de muy buen acuer– do, convino, para no disgustar a ninguno y contentar a todos, exponerla a la_veneración de los fieles en la iglesia y precisamente en el altar de san Antonio. Leimos una octava, cuyo sentido no alcanzábamos. Releída va– rias veces y después de meditar un rato sobre cada verso, nos descu.br :ió el lugar de la sepultura del venerable, que es la bóveda, que había entonces ante el retablo de san Antonio, contiguo y al lado derecho del altar actual de la Divina Pastora. Para comprender bien lo que dice la octava trasládese el lector a la fecha de la muer 1 te del venerable, cuando todos sabían el lugar de su se– pulcro; recuérdese que la Pastorcita de que habla Villegas, es la que lleva– ba siempre el padre Isidoro y que por disposición del padre guardián se puso en el altar del Paduano, presidiéndolo; y ahora lea los versos y los comprenderá: Porque para perpetuo testimonio de tan justa memoria, le dió culto en el ara y altar de san Antonio, donde se manifiesta al más estulto, postrado, con desprecio del demonio, ante aquel colorido sacro bulto, el que de aquel convento salió ansioso a fundar pastoricio tan g-Iorioso. Aquí custodiando la sepultura de. sµ predilecto apóstol permanec10 la ce lestial Pastorcita, salvada de la rapiña en la guerra de la independencia y del latrocinio de la exclaustración, porque un celoso exclausfrado , el pa– dre Salvador de Sevilla , se la llevó consigo y a su mueÍ'te la leg·ó al con– vento de capuchinas de Sevilla, para que, cuando se ·restaurase la Orden de capuchinos en España, se la devolviesen a sus hermanos, los legítimos propietarios de la preciosa reliquia. Efectivamente, restablecida la comu- 1. Fr. Angel, o. c., t. ,. 0 , f. 275. 16

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