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Sarcófago crlstilmo, siglo II !.-Museo taterano, Roma, JNTRO DUCCIÓN Antigüedad y carácter del pastoreo.-Es un hecho irrecusable que en la cuna. de la humanidad se halla el pastorado como uno de los primeros oficios del hombre: Abel fué pastor de ovejas (Gén., 4, 2), y Jabel, patriarca antediluviano, fué padre de los pastores y de los habitantes en cabaña (lb., 20). La prehistoria ha descubierto la huella humana en la edad de piedra y precisa– mente sitúa a los pueblos pastores en el período neolítiéo (A. Ballesteros, Historia de España, U, pág. 72). Los semitas que se esparcieron por Arabia, Asia Menor, Siria, Palestina y Meso– potamia, eran pueblos pastoriles cuando aparecieron en la historia por primera vez, En su mentalidad ostentan un carácter uniforme, espíritu aristocrático con aver– sión al trabajo manual, creyéndose .superiores a los que cultivan la agricultura. Generalmente son religiosos y creen en la Divinidad, a qu.ien hacen ofrendas para obtener lá fecundidad y salud del ganado. La vida, más o menos nómada, en busca de postales, templa sus ánimos para las incursiones y el caudillaje. Su unidad social se reduce a la familia y la tribu, cuya cabeza es el legislador. Durante el patriar– .cado, lo más noble se dedica al pastoreo. Tal sincronismo hizo creer que era un medio aptísimo de formación para los que debían gobernar y seguramente se fundaban en que, como todo pastor debe regir, apacentar y defender su rebaño, entrenado en esos deberes, podría más fácilmente cumplirlos en relación con los hombres. En el Antiguo Testamento se. recuerdan muchos patriarcas, profetas y reyes que se dedicaron al pastoreo. Jacob apacentaba las ovejas de su suegro Labán, como, luego, sus hijos apacentaron las de- su padre (Gén. 30, 31 1J 37, 2); Moisés fué pastor y guardaba el rebaño de Jetró en los prados de Horeb (Exod. 3, 1); Amós, profeta, pastoreaba su grey en los campos tecuitas (Amos, 21, 7); y David, rey, fué primero pastor y con las armas del pastorado venció a Goliat (J Reg. 16, 11). No solamente los varones, sino también las mujeres se consagraron a la pro– fesión. La hermosa Raquel, hija de Labán, apacentaba los rebaños de su padre (Gén , 29, 9); como las siete hijas de Jetró fueron pastoras de las ovejas del suyo ( Éxod ., 2, 16) . · · . . Con el cambio de costumbres y la molicie de los tiempos es difícil comprender en la actualidad el encanto y pureza, la paz y regocijo reinantes en aquellas arca– dias patriarcales, pastoreadas por los hijos de sus propietarios, jóvenes y doncellas tan celebrados en .la Biblia.
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