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PAMA DE SAN'l'IDAD DEL V. P. ISIDOI10 119 intercesión del difunto, el expon er su retrato en el coro, el escribir su vida para publicarla, como portento de virtudes, y el anteponer casí siempre a su nombre, como se hacía con san Beda, el título de venerable? Todo es una confesión clara y patente del sentir común de los fieles sobre la san– tidad del padre Isidoro. Y esto se confirma, porque parece ser que junto a su sepultura se co– locó su propio retrato, según se desprende de los Papeles del conde del Aguila ya citados, donde - enumerando las in sig·nes pinturas de nuestro convento, habla de la miniatura de la Pastora del venerale y al llegar al turno de las obras de Germán Lorente, dice que liqy otro cuadro, «do1~de está dicho reverendo padre (Isidoro) con su esta ndarte o si mpecado y en él la imagen de la Pastora. Está en la capilla de san Antonio» (!). De ser así, ell o sería señal de que se confiaba en que la Ig·lesia lo elevaría a los altares. Pero es un !, echo incontrovertible que la fama de santidad se conser– vó a través de los tiempos y ll egó incólume ha sta nuestros días y de ello nos da una prueba fehaciente el acuerdo de la real y primitiva Hermandad, en cabildo de 1 de mayo de 1905, donde se dice que: «A propuesta. de nues– hermano el muy ilustre señor don Antonio Pérez Córdoba, se acordó diri– g·ir una instancia al muy reverendo padre provincial de los capuchinos de Sevilla, rogándolé interponga sus buenos oficios cerca de los superiores de la Orden, para impetrar de la Santa Sede que se incoe el expediente de beatificación del venerable padre fray Isidoro de Sevilla, fundador de esta Hermandad y varón apostólico de relevantes virtudes» (2). Pérez Córdoba , catedrático de teologfo en la universidad pontificia hispalense y gran pro– pülsor del movimiento 'ásuncioni sta de estos tiempos, es uno de los repre– sentantes g·enuinos de la. opi nión pública y común que se tenía de la san– tidad del venerable capuchino : Es lógico que las cenizas del siervo de Dios se hubiesen conservado y que su sepulcro fuera glorioso . Pero desgraciadamente lia y que lamentar que se ignora el pan~dero .de aquellas y que de éste se olvidó h9sta el pun– to donde estaba situado: El hecho se presta a varias conjeturas. Sea la principal aquella tradición respetable que afirma que el padre Isidoro re– nunci ó a todo honor y ·gloria , que pud iera pertenecerle en vida y después de sumuerte, en obsequio de ·1a Divina Pastora, en cambio de que su nom– bre y devoción fuesen propagados por todo el mund<:>' ·(3). Consecuencia de este renunciamiento serían la pérdida de sus restos y el olvido de su sepultura . Pero el hecho merece alguna exp licación, y tal vez se halle en las mu– clias riadas que en la segunda mitad del siglo XVlll inundaron a Sevilla. La del año 1785 fué aterradora; llovió torrencialmente más de 113 días, el río sa lió de madre y sus ag·uas irrumpieron eri el convento llegando su al– tura hasta dos varas y media, reventando los muros de la huerta, «Se hun- • 1. L. c., arch. municipal de Sevilla. La frase está mal construida, es anibigua y se presta a confusiones. - 2. L. 2.º de actas de la Hermandad, f. 128. - 3. Esta renuncia tendría su fun– damento en. la que hizo~el venerable de la honra y gloria, que pudieran venirle por la publica– ción de su libro, LA MEJOR PASTORA AsuNTA, en cuyos preliminares consta expresamente, Además esto era muy propio de él y lo que hacía constantenlente.

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