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106 LA DI VINA PASTORA Y EL BTO. DIEGO J. DE C. clamaba por ver a su Reina y Pas tora. Entonces el padre guardián y los cofrades de santa Mari na, queriendo satisfacer sus ansias y mitiga r tanto dolor , se hicieron de una si ll a de manos y en ella fué conducido el venera – ble a la iglesia de santa Mar ina. J Dice Villegas que es imposible describir la escena que se produjo a la entrada del venerable en el templo. Todos acudían a verle y besar sus ma– nos , so ll ozaban unos y ll oraban otros y por doquier se oía el susurro de sus virtudes y sa ntidad. El padre Is idoro - un esqu eleto vestido de capu– chino-sin más palabra que el llanto de sus ojos, permanecía extático , mi– rando y r emirando a su amantísi ma Pastora, el dulce blanco de sus amores. · Aquel coloquio íntimo, en si lencio, del vasallo con su Rein a y del zagal con su P.astora, nadie .lo pudo es cribir, ni descifrar, ni entender: fueron balidos del cordero sólo para su Pastora y si lbos de la Pastora sól " para su cordero. Cuando vol v ió al convento fué para no sa lir más . Postrado e11 la lari – ma, ciaba ejemplos de paci encia y co nformi dad con la voluntad de Dios; s iguió como siempre penitentisimo y pobrísimo , 11 0 permitiendo que le pu – s iera n ni una estera para los pi es y renunciando a los manjares que sus devotos le enviaban, dejándolos para otros enfermos, «Teniendo lelra abierta el e la excelentísima señora duquesa de Montemar ( su pariente) para subvenir sus indig·encia s, nunca qui so va ler se de ellas» (1). Entreg·aclo por completo a la oración, esperaba ansioso el día feliz del Patrocinio, pu es aseg·uran los padres Cristóbal de Sevil la y Luis de Sextri, testigo s de la muerte, que cual otro san Il defonso, que puso toda su fe en la Expectación de la Virg·en, fi esta en que muri ó, el padre Isidoro «dijo que toda la su– ya , para morir, la tenia en el día del Pa lrocinio de María» (2). Co1i10 se ha dicho, siempre llevó con sigo , desde el 1703, una minialu– ra en cob r e, de la Pastllra, que tiene la prerrogativa de ser la primera del mundo y que es el boceto que pintó Tovar para la gTande del simpecado. Ella fué su compañera en el retiro de su ce lda y en sus peregrina cio nes, su consuelo y alegría, su fortaleza y sostén, su Madre y Pastora, a quien le consagró todos los alientos de su v ida, hasta los de la hora pos tr era en que l a miraba extático y no cesaba de repeti rl e: - ¡Pastora mía, Pastora mía!-'- la oración que tan constantemente pronunciaba en ·sus sermones y estampó en sus libros con celestial anJbrosía. No sería extraño que en aquellas horas de dolor , hablando con su Pas– tora y con sus hermanos, les repitiese l o que tantas veces les dijo en su vida: __L «Dulcís ima Señora mía, si los capuchinos han sa lido del in sondabl e mar de piedades de tu purísimo seno, ¿qué es mucho que en todas sus operaciones procuren con natural curso volver a tí como presurosos ríos? Vuelven, Señora, a tí, vuelven con todo su afecto, celeb1•ándote y predi – cá ndole en tus bellísimas imágenes con el. .. título de Pastora, procurando introducir esta nueva y devotísima idea en todo el mundo . Y pues vuelven como ríos a ese dilatado mar de donde sa lieron , di spón, oh Reina Sobe– rana, uf iteram fluant, que vuelvan otra vez, y otras veces muchas vuelvan a salir como ríos , que, amantes y fervorosos mucho , te prediquen oor el l. P . Bilbao, PANEGIRIS c., p. 15. - 2. Ib., preliminares.

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