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104 LA DIVINA PASTORA Y EL BTO. DIEGO J. DE C. «De suerte que ha tenido la Virgen finísimos devotos: todos sabernos esto: Pero que su d~voción ha'Va_ llegado a los términos ~e re~rnnci~r la g-Ioria, por querer darsela a la'v1rg·e11 , es cosa que no he Oido 111 he visto . Sólo he visto y he oido esto , en este singular amanle de María. Hizo de todo corazón renuncia a la gloria, eligiendo quedarse sin la gloria, por tal que esta gloria su querida Pastora la gozase. Este sí que es un acto de amor finísimo y el más fino que se ruede dar. Esta ·sí que es idea del amor más grande. Y por eso dije , y ahora lo vuelvo a repetir , que su amor a es– ta Pastora Reina, en mi sentir, llegó a donde pudo llegar el amor , sin po– d;er pasar de aquí: porque darle el amante al amado, lo que es de su con– veniepcia, de su descanso, de su honor y de su gloria es un acto, que con evidencia mucha prueba lo grande, lo fino, y lo excelente de su amor » (1 ) . Las palabras del padre Zalamea no necesitan comentario, ellas nos dicen que el padre Isidoro hacía siempre lo más perfecto en honor de la Virgen, como s.i estuviese ligado con juramento, y procedía así, porque desde su juventud comprendió que María es el camino más corto y seguro para llegar a Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Al cumplir el venerable los 88 años de su edad seguía escribiendo y ter– minó su libro, la Pastora Coronada (2) , con la misma frescura y lozania que lo hiciera de joven. Mil ciento diez y seis páginas, de medio folio y le– tra menuda, contiene esta ingeniosísima obra, que si no la manchara su estilo forrngoso y el élbuso de é!legoríéls extrnvélgélntes , podría figurnr en – tre los mejores estudios de mariología; pero así y todo siempre será un arsenal de doctrina mariana, curiosa e interesante. A tan avanzada edad , aún subía al púlpito y cuando comenzaba a ha– blar de la Virgen, se convertía en un mar de lágrimas, pidiéndole el ·per – dón de sus pecados y que fuese de todos conocida y alabada. El público solía decir:-La verdad es que ya no está el padre Isidoro para predicar de la Virgen. En el año 1749, muy enfermo, predicó también la novena de la Divina Pastora y en la última tarde, presintiendo que aquel sermón era el último de su vida , con nota de fuego cantó , como la filomena , su postrer baladá y su adiós de despedida a la Mejor de las pastoras. Villegas ha re– cogido aquellos árdidos afectos que conmovieron al auditorio, haciéndole llorar: de amor y ternura. Es lástima que sus versos sean tan prosaicos e ingTatos al oído, pero así y todo tienen el valor de darnos el hecho y el ambiente de aquella emocionante escena. Véanse algunos: Adiós, Madre,- decía-adiós, Princesa, Emperatriz sagrada de los cielos, entronizada Reina, a quien confiesa mi devoción Pastora en sus desvelos. Perdona de mi pecho la tibieza y el que estos tardos perezosos vuelos, que mi vida en tu obsequio ha consagrado , no hayan hecho tu nombre celebrado. Bien conozco, dulcísima María, hechizo de mi alma y mis potencias, l. lb., p. 53. - 2. Parte 2.", inédita.
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