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PRÓLOGO XI sus misiones; y le conocí mejor cuando el cura ti el alcalde de mí pueblo, peregrinos a R~ma para las fiestas de beatificación del taumaturgo, me contaban, en detalles, cuanto habían visto y oído, obsequiándome con estam– pas y medallas de las que se hicieron para la gran solemnidad. Entonces se despertó en mí la vocación de capuchino, tan decidida, que la. abracé antes de la edad canónica y a pesar de la persecución que sufrían las Ordenes religiosas con la pérdida de nuestras colonias. Puedo asegurar que en el claustro experimenté constantemente la protección del apóstol; si¡ vida fué el espejo que me señalaba el camino de la virtud, y tengo como un patente signo de su predilección hacía mí el que todos sus huesos, suce– sivamente, hayan venido a mis manos, dándome la ocasión d~ besarlos y venerarlos. Hasta su laringe, 1nílagrosamente conservada, tuve la dicha de recib.irla por donación de la hermana del cardenal Spínola y, engastándola en rico relicario, la dediqué a nuestra iglesia de Sevilla para que fuese públ-ícamente 1.{enerada. ¿A quién, pues, he de ofrendar mí humilde obra, sino a mis dos gran– des protectores?. Ciertamente que, en cuanto pude, cuidé en todo momento servirlos, amarlos y propagar su devoción para saldarles mí deuda; pero tratándose de este libro, cuyo título, materia y hasta su inspiración les per– tenece, debo consagrárselo por cierta justicia, por amor y por un movimien– to incoercible de gratitud. Con mí corazón rendido y con mi vida entera, con todo cuanto soy y me pertenece, pongo mi modesta obra en manos del santo capuchino para que él, más puro, más ferviente, más apóstol que su autor, la deposite a los pies de la Divina Pastora como un cirio votivo de mí amor, de mí fídelidad y de mí vasallaje. Y tú, Madre mía, Reina mía, y Pastora mía, acéptala benignamente... Bendícela con largueza... Haz que su lectiira enfervorice a tus devotos 17 acreciente el número de tus corderos; que por ella te conozcan más los hombres y vean con sus ojos que quienes te veneran bajo este amoroso título fueron siempre largamente favorecidos por tí; que todos, todos for- 1nen un solo aprisco bajo un solo Pastor..., y que 170; tu .. mínimo esclavo, no piense sino lo que tú piensas ni ame más que lo que tú amasJ para que siga oyendo tu voz, tus amorosos silbos, que sin cesar me dicen: Qui eluci– dant me, vitam reternam habebunt. FR. juAN B. DE ARDALES, O. F. M. Cap.

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