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AfJAl?IC!ÓN UE LA PASTOl?A AL V, P . ISIDOl~Ó 93 José de Cádiz, según lo expresó en sendos memoriales, uno a Pío VI y el otro a la reina de España, doña María Luisa de Parma, de los cuales ha– blaremos a su tiempo , pero sin impugnar ni directa ni indirectamente la visión. De esta misma manera se sumó el cronista fray Angel de León, el que describiendo el Rosario, que sacó el venerable en el 24 de junio de 1703, añade: «Vista esta conmoción, determinó dicho padre Isidoro hacer un pendón o simpecado, que fuese reg·io trono de una bellísima imagen de María Santísima, para que su vista los alentase a caminar con más fervor. Se puso en oración, para saber de Dios nuestro Señor qué imagen de Ma– ría Santísima pondría en su estandarte, y quiso el Señor inspirarle pintase a María Santísima, Señora nuestra , con el traje y título de Pastora de las almas, como Madre del Buen Pastor, Cristo Señor nuestro» (1). Esta con– fesión de fray Angel, uni.endo la oración con la inspiración divina, es muy interesante, porque revela la intimidad del venerable con Dios y el origen sobrenatural de la devoción de la Pastora . Constituye el seg·undo grupo la voz general del pueblo: chicos y mayo– res, sabios e ig·norantes, eclesiásticos y seglares , al contemplar la conmo– ción portentosa que causó el nuevo título, las conversiones y milagros que se producían , mediante la primitiva imag·en de la Pastora, y ante las virtu– des y celo , que desplegaba el venerable, sacaron la consecuencia de que todo era obra del cielo y no podía mora lmente explicarse sin una visión de la Virgen María, ataviada con traje de Pastora, otorgándole al padre Isido– ro la misión de predicarla con aq uella nueva advocación con que quería ser venerada en la Iglesia. Nadie, como Villega·s, pudo adentrarse en el fondo de la cuestión. El fué durante los 43 años últimos de la vida del venerable su mayor conficen– te, su mejor discípulo, su protector y paño de lágTimas, su defensor en las persecuciones, hermano mayor y mayordomo, consecutivamente , en el pri – mer tercio del siglo de la primitiva Hermandad de la Divina Pastora, apa– rece en sus actas como represes/ante del padre Isidoro y como mediador de las diferendas entre J·os capuchinos y la Hermandad, y él , en fin, cual laboriosa abeja, por largos años fué libando las mieles de la santida d de su mentor en la floración de sus virtudes, para después escribir su poema, El Apóstol Mariano, síntesis de toda su vida . A él, pues, hay que acudir , lamentando lo farragoso de la versificación, por demás antipoética , puesta sólo la mira en el sólido valor del documento, que nos proporciona datos interesantísimos, autorizados po r su antigüedad y no menos por la integTi– dad y mesura del propio autor. Diecisiete octavas reales dedica para narrar con nimios pormenores la cuestión que nos ocupa. E;n la primera pr esenta al padre Isidoro bajo la iluminación de las Sagradas Escrituras , que le enseñan que Jesucristo es el Buen Pastor de las almas, y deduce que, por imitación, debe serlo tam– bién su purísima Madre, como lo afirma san Antonino de Florencia , «Ma r ía es la Buena Pastora, que apacienta a la Iglesia». En la segunda se resJel – ve a pintar la Virgen con el dicho título y traje, y en las tres siguientes dice: 1. O. c., t. I, f. 200.
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