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X PRÓLOGO casos indicados, ni siquiera el del texto daba para' un par de pliegos, ni para los titulares de dos capítulos; que la tinta, de inferior calidad, desmejoraba los grabados y que la carencia o tenuidad del flúido eléctrico entorpecía los trabajos, concertados a deshoras, casi siempre de la noche. Añádase lo costoso de la obra, cuyo importe, en jornales y material, subía de mes en mes en proporción desorbitada; más otros muchos graves contratiempos y dificultades que hube de vencer. Todo junto ~xplicará que el libro salga a luz con imperfecciones y 1nás tarde de la cuenta. A todo hice frente, acuciado por la necesidad, cada día más imperiosa, de un libro que diera a conocer, en conjunto, los fundamentos de la advoca– ción, sus orígenes y desarrollo. Algunas cartas, venidas del campo de mí Orden y de fuera, de españo– les y extranjeros, me apremiaban urgiendo la publicación de esta obra no por ser mía, sino por su objeto, destinada precisamente a llenar el vacío que se lamentaba. Otras pedian datos y referencias sobre la devoción, ya para utilizarlos en sermones, artículos o conferencias de certámenes, ya para documentar a los miembros de las propias Asociaciones, que desco– nocían muchas de sus glorias o, lo que es peor, andaban desviados de la ver– dad histórica. Sirva como único ejemplo la consulta que interrogaba, sí se podía continuar dando a la Virgen el título de Divina Pastora o se la debía llamar solamente Madre del Divino Pastor. Por todo esto no dudo que mi obra responde a tal necesidad y, a pesar de sus imperfecciones y lagunas, será útil y provechosa, particularmente a la juventud capuchina que tuve muy presente cuando la escribía. Hasta creo que sus faltas y defectos van a despertar el estímulo de otras plumas más gallardas y eruditas con el sano intento de esclarecer puntos en que, quizá, haga errado y mejorar mi estudio cori nuevas y valiosas aportacio– nes. La historia es la resurrección de lo pasado, y restan siempre puntos tullidos o muertos·que hay que sanar o resucitar. Con tal recompensa me sentiría satisfecho si no hubiera tenido otro fin más alto, más ambicioso y legítimo: el dar gloria a Dios, pregonando las misericordias de la Virgen María bajo su título de Pastora amantísíma, ce– lebrando también, junto a Ella, al beato Diego]. de Cádiz, el apóstol de su culto litúrgico. Con la Divina Pastora y mi singular protector, el taumaturgo gaditano, tengo contraída una deuda insaldable, Para mermarla empecé este libro, lo compuse ti lo doy a luz . Nada más natural para un corazón agradecido: Ella, desde un modesto cuadro, presidió n:ií nacimiento, veló mí cuna, me condujo a la Orden de sus capuchinos y me hizo esclavo suyo desde que conte1nplé su imagen en nues– tro convento de Sevilla. Ella iluminó, después, mí juventud ti toda mi vida religiosa; fué 1ni guía, 1ni refugio y defensa; con voz de madre me avisó las asechanzas del enemigo y los riesgos qiie 1ne circundaban, poniéndome en la senda del bien y librándome de todo peligro, Siempre me llamó solíci_ta con silbos acuciantes para que fuese todo suyo, y siempre sentí la caricia de su mano, el poder de su cayada, el abrigo de su manto y la materna prodigalidad de su pastorado bendito, También, desde niño, conocí la figura de fray Diego en 1m cuadrito, que tenían mis abuelos paternos, ti junto a él un Cni.cífíjo que se dice usó en

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