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Los pasajeros se intercambiaban miradas interroga– ti vas para buscar descubrir aquién iba dirigida esa manifes– tación de afecto y estima. El cónsul general argentino residente en Milán, se creyó en deber de agitar su sombrero en signo de agradecimiento: pensaba que fuera él, el objeto de aquella manifestación, pero poco después tuvo quedarse cuenta, con un poco de molestia, que la gente expresaba la alegría y la gratitud a aquel pobre capuchino que estaba cerca de él. El cónsul no pudo contenerse y dijo: - Pero Ud. ¿es un obispo? ¿por qué no lleva la cruz pectoral ele oro y el solideo rosado, por qué no tiene al menos un secretario'? - Oh, señor, no se preocupe por esto. Sí, soy obispo. pero obispo del desierto de la Siria, y no poseo una cruz de oro... El visitador patriarcal llegaba así entre sus hijos, con toda la riqueza de su ser: cargado en años pero con un corazón pronto para amarlos. Un corazón joven, porque cuando ama, el corazón no tiene edad. 54

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