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DESDE GRECIA CON AMOR uando el Padre Cirilo desembarcó en Atenas sintió una alegría realmente grande y profunda: era la primera vez en efecto que se encontraba en un país netamente «cristiano». Aquella alegría le hizo olvidar los malos tratos de los remeros, en las cuales el capuhino veía «hermanos redimidos por la sangre de Cristo y regenerados por las aguas del Bautismo». En Atenas, el P. Cirilo empezó con amor su obra en favor de los griegos del Mar Negro, para salvarlos de la furia turca. Las más altas autoridades ortodoxas reconocieron la sinceridad de intención y el corazón grande del capuchino y le dieron un «salvaconducto» en el cual se leía entre otras cosas: «Tened confianza en él, porque debajo de la sotana de papista, esconde un alma ortodoxa y un corazón ardiente de un auténtico griego». Con este «salvoconducto» el P. Cirilo se presentó al Ministerio de Relaciones Exteriores, pidiendo por la causa de los prófugos griegos. El funcionario no presentó linda cara al pedido del capuchino, más bien cortó lisa y llana– mente, diciendo: «Grecia es pobre: con una población de un millón y medio de hombres no se puede recibir otro millón y medio de prófugos llenos de piojos». El P. Cirilo, que para ayudar y salvar a los griegos había arriesgado más de una 36

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