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armenios»,«Viva el sacrosanto Sultán» y aesto seguían las masacres horrendas. Con gusto sádico, los turcos traspasaban a los niños, y a los todavía no nacidos, los arrancaban del seno de sus madres y los exponían desnudos a los espectadores: - «Vendo carne exquisita, de animal apenas salido del seno de su madre por un centavo», gritaban con sarcas– mo los asesinos. Cientos de niños fueron arrojados al mar, en el camino a Trebisonda. Era un cuadro indescriptible, ver todos aquellos cuerpecitos regados por toda la playa como si fuesen caracoles muertos. Cuando el capuchino P. Lorenzo, se presentó a sepultar todos esos cuerpos, el Vale turco de la ciudad (una especie de intendente), tuvo el descaro de negar la verdad «no hay ningún cuerpo en la playa del mar. Cuídese de no contar esa fantasía suya a nadie ... porque si nó ... aténga– se». Al Padre Cirilo se le abría un horizonte vastísimo de actividad apostólica: los huérfanos de la nueva persecu– ción, ocupaban ahora su corazón. 31
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