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260 LA ORDEN CAPUCHINA to haya podido haber de triste y poco edificante; pues estas experiencias tanto unas como otras, pueden ser construc– tivas y fecundas, si, conociendo nuestra propia familia, la amamos y si amándola la honramos con la fiel observan– cia de nuestras santas leyes y tradiciones. Lo que importa no es el conocer, sino el hacer lo que reclama nuestra vocación. Si el ideal de la vocación reli– giosa consiste, en líneas esenciales, en la observancia de una pronta y sumisa obediencia junto con la más alta po– breza y perfecta castidad, el franciscanismo con su espí– ritu y características propias, con su filosofía, ascesis y mística peculiares, nos mostrará un camino a realizar en este mundo; el ideal de perfección evangélica, deseada por Dios y elegida por nosotros en la escuela del amor. Los consejos evangélicos suponen una total renuncia a todo egoísmo, inclinación y tendencia desordenada que pudiera enturbiar la límpida fuente de agua viva, como también la renuncia de las cosas exteriores: riquezas, vanidades, ho– nores etc., que pudieran manchar nuestra pura intención de servir sólo a Dios. Por eso el verdadero capuchino amando a Dios, des– pojado de todas las cosas, se prodiga con generosidad y ca– ridad verdaderamente seráficas en beneficio de sus próji– mos, en quienes ve al mismo Dios hecho hombre, meta 'de toda santidad. Dios quiera que estas páginas nos pongan más ,en contacto con los ejemplos y virtudes de nuestros padres o fundadores, para dar así al mundo moderno en estos tiempos tristes de la decadencia de la fe y de los va– lores espirituales, el edificante y hermoso espectáculo de una vida adornada con la fragante y exquisita flor de la santidad. EN ALABANZA DE CRISTO Y DE SU SIERVO FRANCISCO, AMEN.

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