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«Isabel, -susurraba cariñosamente Luis- lo hago por amor a Jesucristo. Estoy seguro que no querrás impedirme haga por Dios, lo que tendría que hacer por el emperador, si me lo pidiera)). Isabel permanecía muda. De pronto rompió a llorar sin fuerzas para dominar la carga de sufrimiento que soportaba su corazón. Solo instantes después , cuando el llanto alivió algo su enorme tensión emocional , pudo responder a su esposo « Querido -le suplicaba– si no disgustas a Dios ... quédate conmigo)) Luis no contestó, conocía a su esposa y se daba cuenta de la batalla feroz que se libraba en su alma. Era tremendamente duro decir «sfo a lo que la presentaban como voluntad de Dios. Siguió otro silencio dramático. Luis volvió a insistir: «Isabel, dame licencia para marchar, es un voto que tengo hecho al Señor)). La fe, la asistencia especial del Espíritu y la entereza de Isabel, triunfaron sobre el pavor y la angustia de su alma. Se limitó a decir con palabras casi imperceptibles y entrecortadas por las lágrimas: «Contra la voluntad de Dios no quiero que renuncies a la cruzada. Cumple lo que crees ser su voluntad. Yo acabo de hacerle la renuncia de ti y de mí» 19 • Resulta muy difícil hacernos una idea de las cosas tan dolorosas que en aquellos momentos ofreció Isabel al Señor con heroica gene– rosidad. Sólo una santa puede tener esta voluntad de gigante, no una frágil jovencita de diecinueve años. Porque Isabel tenía plena clarivi– dencia de lo que pasaría, y el tiempo le dio la razón. No es aventu– rado pensar que desde aquel momento vivió en actitud permanente de inmolación espiritual, de ofrenda incruenta. En adelante las horas y los días que pasó al lado de Luis su esposo, tendrían ese sabor agridulce de una próxima e inevitable separación. Superado el intenso dramatismo de los primeros momentos, los esposos hicieron su primer y provisional recuento de las cosas que 19 Kaplan, B. , o. c. , 53. 94

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